Opinión

Y entonces se hizo la luz…

Las cenizas se apoderaban del cielo, que poco a poco iba tornando negro aquel azul propio de la atmósfera. Tras ello vinieron las piedras y, finalmente, la lava. Una de estas corrientes avanzó atravesando y quemando todo a su paso, hasta llegar a lo que hoy es el mar, donde se solidifica. Con esto se formó aquel tubo volcánico que dio origen a varias leyendas y que, con el tiempo, se acabaría transformando en una de las grandes obras fruto de la fusión entre el hombre y la naturaleza: Jameos del Agua y la Cueva de los Verdes. 

La Cueva de los Verdes, ha sido testigo de la historia de Lanzarote por más de 25.000 años, incluso cuando aún los volcanes no se habían apoderado de la isla. Sin embargo, no sería descrita por primera vez hasta la llegada del ingeniero italiano, Leonardo Torriani, en el ya lejano siglo XVI, quien narra en su obra Descripción de las Islas Canarias, sus usos como refugio frente a las incursiones piratas, como las ocurridas en el año 1586, “...los demás se ocultan en las cuevas de los montes, entre las cuales se halla una, llamada de los Verdes, muy grande y segura, hacia noreste, a seis millas de distancia de la villa.”. 

Y en otra ocasión ya por el año 1618, como menciona Manuel de Paz en su libro La pirateria en Canarias con la llegada de Tabac Arráez y Solimán, los ciudadanos huyeron de la capital, en aquel entonces la Villa de Teguise, y se refugiaron en numerosas cuevas naturales, entre ellas la de los Verdes. Tristemente, en esa ocasión, los refugiados fueron descubiertos y sometidos, debido a que el escribano de la isla, don Francisco Amado, reveló la entrada secreta por donde se llevaban los alimentos. 

Sin embargo, estas funciones defensivas quedaron de lado ya entrado el siglo XVIII. En gran parte, la cueva fue olvidada, casi dormida, sin que nadie recordara su importancia en días pasados, de alguna manera recordando a esa frase del inicio del Señor de los Anillos “...Y aquellos hechos que nunca debieron caer en el olvido, se perdieron en el tiempo. La Historia se convirtió en Leyenda, la Leyenda en Mito…” 

Fue entonces cuando, en 1854, la luz volvió a la cueva gracias a la actividad científica iniciada por el geocientífico alemán George Hartung, quien investigó su orografía y más tarde publicó sus hallazgos en el libro Die geologischen Verhältnisse der Inseln Lanzarote und Fuerteventura. 

A pesar de este interés de la comunidad científica , la cueva volvió a caer en el olvido hasta 1909, cuando el geólogo español Hernández-Pacheco investigó sus secretos. Maravillado por la cueva, expresó su fascinación en su obra Estudio Geológico de Lanzarote y de las Islas Canarias. 

Y, como siempre, la cueva volvió a ser olvidada. No fue hasta 1931 cuando un hecho cambió su historia para siempre: el militar vizcaíno Casto Martínez resucitó la cueva mediante sus escritos, donde narraba los principales atractivos de la isla con el objetivo de atraer turismo, aunque su misión no tuvo éxito. De alguna manera se trataba de un precursor un visionario de lo que más tarde sería uno de los grandes atractivos de Lanzarote.

Tres décadas más tarde, la cueva volvió a ver la luz cuando Agustín de la Hoz decidió mostrar al público general su singular belleza. Gracias a su iniciativa, Gabriel Fernández Martín pudo tomar los primeros negativos de este enjambre de luces y formas que había permanecido dormido. Siendo descrita por el periodista en el diario Antena como “...inéditos interiores, de distinta belleza, bien en las salas complicadas, o en las altas bóvedas ojivales, o las estalactitas, o los grandes lienzos calcáreos, las gargantas y simas...” 

Ese mismo año, en 1961, la Junta de Turismo decidió iluminar la gruta con fines turísticos. Por ello, un año más tarde, sería cedida por el Ayuntamiento de Haría al Cabildo de Lanzarote. Esta tarea de iluminación recayó en un entonces desconocido Jesús Soto, quién intervino de manera sobresaliente en la cueva. Ocultando los proyectores de manera que pareciera que la luz emergía de la nada o de las propias piedras, como añadido decidió reproducir una de sus piezas de música clásica favoritas, La primavera de Antonio Vivaldi, con ello el electricista majorero creó arte sin saberlo, La Cueva de los Verdes, esa fantástica gruta al más puro estilo de Viaje al Centro de la Tierra, que nos transporta al silencio remoto, al aprecio del trabajo mudo de la lava, de los colores y de las formas que se esconden, ahora era una pieza de arte inamovible, inmortal y recordada por todo aquel que la visita.

Imagen Cedida por D. Carlos Rivera Rojano, gracias a Memoria Digital de Lanzarote.