Como a muchos españoles, sólo la lectura repetida del Artículo 1 de la Constitución me ha sacado de dudas para saber a ciencia cierta el siglo en que vivo, porque he llegado a cuestionarlo tras los últimos episodios conocidos en torno al anterior Jefe del Estado. “1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. 3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Sí, siglo XXI.
Hace años declaré que el Rey Emérito llevaba mucho tiempo viviendo de las rentas del 23F, porque es de justicia reconocer que sin su concurso en el abortamiento del golpe de estado nuestra reciente historia democrática se hubiera quedado en la cuneta. Nadie imaginó que se pudieran dilapidar unas rentas tan valiosas en tan poco tiempo y por tan mundanas razones: ahora una caza, después una casa, luego un ático, más tarde un regalo… En fin, una concatenación de actitudes poco edificantes de aquel que, en sus discursos navideños, nos requería ejemplaridad, transparencia y defendía la igualdad ante la ley, y que le han llevado a un desastre tal que ni planificado por el peor de sus enemigos.
Don Juan Carlos ha puesto en un brete a la Corona, ha dejado nuestro país a la altura de un mal chiste en la escena internacional y sólo tiene una salida. El Rey Emérito debe de asumir sus responsabilidades, pero no sólo las judiciales, si las hubiere, sino las inherentes a aquel que, por razón de su extinta Jefatura de Estado, gozaba de inmunidad e inviolabilidad. Don Juan Carlos tiene el derecho a la presunción de inocencia, faltaría más, pero también tuvo la presunción de ser el primero de los españoles en honradez y honorabilidad. Y lo digo en pasado porque, con independencia de prescripciones y regularizaciones fiscales, ha estafado la confianza que millones de españoles tenían depositada en él.
Es verdad que no ha huido, pero también lo es que ha salido sin despedirse. Por algo será. Sólo cabe esperar que al final todo se sepa y que cada uno elija la interpretación de los hechos que quiera, porque en las cuestiones del corazón no manda la razón y en la monarquía, por lo que vemos, hay mucho de eso. A pesar de todo, los viajes del todavía monarca Emérito no nos deben distraer de lo verdaderamente importante, que es luchar con todas nuestras fuerzas y unidos contra los malditos efectos económicos y sociales de la pandemia, porque todo lo demás no serían sino preocupantes maniobras de distracción. Sólo eso.
Por cierto, si yo fuera él y por la estabilidad de la institución y el reinado de Felipe VI, rogaría a Abascal y Casado que no lo defiendan más, porque a este paso van a conseguir todo lo contrario del fin que dicen perseguir.
*Manuel Fajardo Palarea, senador del PSOE por Lanzarote y La Graciosa.