España pasa por sus días más bajos desde la pandemia del COVID y antes de eso desde el 11-M en 2004. Una sociedad que vuelve a descubrir que su clase política es esencialmente una clase política parasitaria más interesada en el relato y en cómo quedar en la foto que en servir a la gente. Ya saben, las generalizaciones son por definición injustas y hay muchos políticos locales entregados a su pueblo, porque el parasitismo aumenta a medida que se suben escalafones en la política nacional, llegando a la crème de la crème de esa morralla fétida cuando de los grandes líderes de los partidos políticos se trata, muchos de ellos con perfiles de sociópatas y psicópatas, que es uno de los pocos perfiles psicológicos que permite aguantar el desgaste y energía extendida en el tiempo que se requiere para vivir entre tanta mugre moral. Gente sin sentimientos ni grandeza para entender que hay cosas más importantes que la próxima encuesta electoral o el poder por el poder.
Ayer, 3 de noviembre, domingo, llegó la representación política de más alto nivel del Estado al punto cero de la tragedia, Paiporta. El rey, el presidente del gobierno y el presidente de la Comunidad Valenciana. El pueblo les recibió al grito de asesinos y a bolazos de fango. Igual querían flores tras ver como los bomberos franceses llegaban antes que el ejército, el cual era objeto de batalla política para ver qué administración se quedaba retratada a la hora de pedir ayuda. El más indigno de los presidentes del gobierno que hemos tenido en democracia, huyó como un cobarde. El rey, cuya monarquía de papel se sustenta únicamente en la percepción del público (Isabel II de Inglaterra dixit) tuvo que seguir adelante, sabiendo que la humillación local sería recibida con alabanzas en el resto del país por su entrega y por “dar la cara en nombre de otros”. Su business model le iba en ello. Y, por último, Mazón, escondido con su cara de niño arrepentido tras la espalda del monarca a ver si se libraba de un bolazo de barro.
La gente ha vuelto a descubrir que el estado es un mal necesario, pero que el tamaño y articulación del mismo resulta en soluciones grotescas, vaivenes de responsabilidades, reuniones huecas y burocracias autófagas. Esta semana el Ministerio de Hacienda se congratulaba de que habían aumentado la recaudación un 8% con respecto al año pasado. La gente podría celebrar eso, si no fuera porque no se está traduciendo en un mejor país, sino que las clases medias cada vez están más deprimidas y ya ni pueden acceder a la vivienda y tener un proyecto de vida, lo cual es la peor de las lacras y el deterioro definitivo de la sociedad en el largo plazo (ese largo plazo al que los políticos son miopes). Lo único que aumentan son los asesores y los asesores de los asesores de los políticos. Sánchez tiene casi 900 según Newtral, que es una fuente de la izquierda. No es de extrañar que entre tantas opiniones cruzadas se vean paralizados para tomar las decisiones más elementales cuando las circunstancias lo requieren: mandar al ejército desde el día uno para ayudar en esta desgraciada tragedia, sin que importe qué administración determina en qué nivel de alerta se está, sin en el puñetero nivel 2 o 3, niveles y números que a nadie importan.
Hay gente culpando al cambio climático del desastre, que es una especie de involución en la historia del hombre, como cuando se culpaba de los desastres a los dioses. Claro que hay cambio climático y claro que hay cambio climático antropogénico, pero el desastre de Valencia es sobre todo un desastre político de manual. Me explico. Desde siempre, es decir, cíclicamente ha habido grandes riadas en aquellas tierras y así han quedado registradas desde que se escriben estas cosas. Desde la gran riada de 1321 y hasta la de 1957, se sucedieron grandes riadas en Valencia cada 27,67 años de media. En la última de gran tamaño, la de 1957, se desvió el cauce del Turia hacia el sur para que no volviera a arrasar la ciudad.
¿Y qué ha pasado con la gran riada de 2024? Se sabía desde hace mucho tiempo que todo el barranco del Poyo, por donde ha discurrido esta riada y que es parte de la comarca del l’Horta sud, era un peligro, una bomba de relojería que algún día explotaría. ¡No lo sabía yo que soy de Lanzarote y aquí no llueve! Lo sabían los de allí y los políticos de alto nivel encargados de la materia. Muy antiguamente todo eso importaba poco, porque en ese barranco había poca población, pero en las últimas décadas los pueblos de esa cuenca experimentaron un gran crecimiento y los políticos encargados del tema sabían de dicho peligro. Lo sabían, tenían un plan para prevenirlo que era el proyecto de la presa de Cheste, pero en 2005 el gobierno de Zapatero lo descartó cuando derogó el Plan Hidrológico Nacional.
¿Y por qué se descartó un proyecto en concreto que servía para salvar vidas en una zona de alto riesgo donde históricamente ha habido riadas? porque los políticos carecen de visión de largo plazo y de una estrategia de país y sólo viven para sobrevivir con tacticismos en el corto ciclo político que dura 4 años, de elección en elección. Porque el largo plazo es una abstracción que no da votos y todo lo que se hace se hace únicamente al calor y la demagogia de las últimas noticias.
No culpemos al cielo lo que en verdad es una tragedia que hunde sus raíces en la estupidez humana. No insultemos a los dioses.