Cuenta la mitología griega que a Sísifo le condenaron a subir sin cesar una roca a la cima de una montaña desde la cual la piedra volvía a caer por su propio peso. Su castigo, el de desarrollar una tarea inútil, fue peor que el olvido o el destierro, porque hasta el propio Sísifo en su ignorancia pensaba estar realizando una empresa digna del mandato de los dioses. La condena incluía el frustrado engaño de creer que todo tenía sentido, que hallaría una recompensa cuando al fin la roca se posara en la parte superior de la montaña. Imagínense a Sísifo bajando la ladera para volver a empezar de nuevo, concentrado en que esta vez fuera la definitiva.
Coalición Canaria en Lanzarote está enfadada y molesta porque el libro de Fernando Castro Borrego, no se distribuyó cuando ellos, anteriores moradores del Consejo de Gobierno Insular, estimaron oportuno que lo hiciera. Expresan su incomodidad como mejor pueden: haciéndose pasar por mártires, convirtiéndose en falaces adalides de la libertad de expresión, o incluso denunciando en aquellos medios que le siguen riendo las gracias (por suerte, cada vez menos) una conspiración judeomasónica orquestada por una fundación que sirve leche agria, un ciclista al que se le picó una rueda, el cuñado que cuenta anécdotas en Nochebuena, y no sé quién más. Esperpéntico.
Ellos, los que persiguieron a trabajadores del Cabildo por oponerse a sus desmanes patrimoniales y territoriales, los que utilizaron los recursos del Cabildo para pegarle una chavista patada en la puerta a una empresa privada, los que amedrentaron a todos aquellos que no quisieron aceptar los esquemas que el régimen proveía, los que acabaron dejando el prestigio de la institución resumido en bochornosas imputaciones judiciales.
El disfraz de sufridores activistas por los Derechos Humanos les queda tremendamente grande a Coalición Canaria con el currículum tan reciente que tienen a sus espaldas. Sinceramente, nadie se imagina que Pedro San Ginés haya cambiado sus floridos y recordados tics dictatoriales en el gobierno, por una hoja de afiliación de Amnistía Internacional y el puñito en alto. No cuela.
La verdadera razón por la cual en Coalición están así es porque ven truncado uno de sus principales objetivos durante sus años de mandato: el vaciado de la figura de Manrique y el laminado de su proyección histórica como prócer lanzaroteño.
Manrique sigue siendo la antítesis del modelo de consumo compulsivo de territorio y naturaleza que lleva varias décadas siendo alimentado en el seno de Coalición. El mito de Manrique y su legado, impregnados en la sociedad de Lanzarote, son el mayor contrapeso al que se enfrentaba el cártel político-empresarial que quería convertir, y todavía lo anhela, esta isla en un asqueroso parque temático. Por inabarcable, la figura de César, especialmente su variable política, que intentan ocultar a través de peroratas aburridísimas, genera espasmos incontrolables en Coalición, materializados en fundir dinero público en un festival de celebración que acabó siendo un réquiem, o en soltar ahora el hábito negro y el hacha para volverse penitentes ante la carcajada generalizada.
Hay frustración, y humanamente lo entiendo. Coalición, en su mentada y obsesiva empresa de desfigurar a la isla que somos a través de manipular la figura de César y su legado se ha quedado sola, si acaso con Podemos. Lejos quedan los aplausos forzados en El Charco de San Ginés que pretendían disfrazar de adhesión el chantaje a una sociedad civil atemorizada, y ya solo en la intimidad de unos pocos se recuerda aquella sensación de impunidad que ya no existe. La época en la que se cortaban cabezas a golpe de silbato o con calamitosas campañas de desprestigio protagonizadas por propios y extraños, ha pasado.
Ahora solo queda el ruido de un expresidente que resuelve su ego malherido a través de perretas en los plenos, publicaciones en redes sociales de independientes muy dependientes, y algún supuesto teórico, muy controvertido en la Academia, ávido de conseguir su dosis de protagonismo a través de lo que queda de un régimen en los estertores.
Lo peor vino cuando Sísifo se dio cuenta de que hiciera lo hiciera siempre la roca siempre caería una vez llegar a la cima y le volvería tocar otra vez levantarla infructuosamente. Una vez consciente de que su misión era un castigo no se amilanó, ni entristeció, aprendió a encontrarle el placer ignorante de empujar una piedra cuesta arriba. La gran tragedia no es su sufrimiento físico sino la aceptación sonriente de su sino, Sísifo estaba contento con su miserable y absurdo destino.