No conozco a Santa Marta,
la vi ayer al otro lado y me paré tras ver la muerte de la mayor parte de mi calle de toda la vida, que guardaba en la mente viva...la infancia.
Se me habia quedado el reloj de arena en la playa y se me perdió el tiempo.
Fue de esas emociones que no tienen forma de gestión.
Pensé en lo terrible de normalizar el "se alquila". El "se vende" o el "liquidación por cierre".
Los sueños de las Martas que emprendieron sus ilusiones, el terrible desenlace de tirar la toalla en pleno agosto y que no sea en la playa.
El covid camuflado en globalización que ha estornudado sin ningún tipo de medida de seguridad al pequeño que se sabía tenía las defensas bajas.
La falta de sensibilidad de quienes ni se cuestionan la enfermedad.
Santa Marta perdiendo la fe.
Aunque no es la más pequeña de las santas, pero detrás había alguien muy grande que se cansó seguro de seguir creyendo que lo era.
Y cerca de la Santa, una Calle Real muerta que se convierte en un barrio de cualquier otro lugar.
Que ya no suena familiar el tono del de aquí, si no las voces de otros de allí.
Todo el mundo merece rehacer la vida en otros lugares, como siempre digo, huir de los infiernos es lo lógico y lo natural.
Pero normalizar la muerte cultural y el ADN de un lugar es la mayor de las tragedias.
Que la Calle Real ya no suene a conejero y se escuche más un parcero que un "chacho mi niño", es triste.
Sin ofensas a nadie porque no va por ahí, pero pido también respeto porque a mí me duela perder la identidad de mi ciudad.
Pido que el que me lea y tenga en su cabeza el lugar donde nació, lo imagine lleno de conversaciones y coloquios diferentes, y que intente buscar el suyo y no lo encuentre.
Es una tragedia. Perder las identidades de los lugares, con su gente y sus costumbres.
A mi me duele no escuchar "mi niño" en mi calle.
A mi me duele, no ver chinijos, ni madres que perpetúen el grito.
Dejar morir las costumbres, la cultura, la vida de una zona, ES DEJAR MORIR LA HISTORIA.
Santa Marta, ojalá la fe vuelva a florecerte.
Ojalá volverme a levantar en Arrecife cuando sonaba a Lanzarote.
Amalia M. Fajardo