Opinión

Bajo el volcán

Los suplementos culturales de los distintos y distantes periódicos nacionales hacen, por estas fechas veraniegas, las habituales recomendaciones bibliogáficas para aprovechar los calores con la mejor lectura. No veo que nadie cite ...


Los suplementos culturales de los distintos y distantes periódicos nacionales hacen, por estas fechas veraniegas, las habituales recomendaciones bibliogáficas para aprovechar los calores con la mejor lectura. No veo que nadie cite ...

Los suplementos culturales de los distintos y distantes periódicos nacionales hacen, por estas fechas veraniegas, las habituales recomendaciones bibliogáficas para aprovechar los calores con la mejor lectura. No veo que nadie cite nada de Malcolm Lowry, por poner un ejemplo ajeno a la infraliteratura más «vendida» (en el más amplio sentido de la palabra), ahorita mismo, como es triste fama, entre templarias o templadas tomaduras de pelo y otros códigos no precisamente deontológicos, a fe mía.

-¿Cómo es eso de que es español? -preguntó Hugh.

-Vinieron después de la guerra de Marruecos -dijo el Cónsul-. Un «pelado» -añadió sonriendo.

La sonrisa aludía a una polémica que, sobre este vocablo, había tenido con Hugh, quien lo había visto definido en alguna parte como «iletrado descalzo». Según el Cónsul, ésta era sólo una de las acepciones; de hecho, los pelados eran los «encuerados», los «despojados», pero también eran aquellos que no tenían que ser ricos para despojar a los pobres de verdad. Por ejemplo, aquellos mezquinos politicastros de medio pelo que, por sólo ocupar un cargo durante un año, durante el cual esperan acumular lo suficiente para abjurar del trabajo el resto de sus días, harán literalmente lo que sea, desde lustrar zapatos hasta actuar como quien no es «paloma mensajera». Hugh comprendió por fin que la palabra era bastante ambigua. Por ejemplo, un español podía interpretar que se trataba de un indio. No obstante, el indio, con ese término, podía a su vez designar al español. Cualquiera podía usarlo como definir a quien se ofrecía como espectáculo. Tal vez fuera una de esas palabras que, de hecho, se depuraron con la conquista, ya que sugería por una parte la idea de ladrón, y por otra la de explotador. ¡Recíprocos eran siempre los vocablos injuriosos!.

[Las palabras que preceden a esta nota final son apenas un minúsculo fragmento de la brillantísima novela cumbre del mencionado escritor inglés Malcolm Lowry, Bajo el volcán (página 263 de la edición que en 1981 publicó en España la ya desaparecida Editorial Bruguera, en su magnífica colección «Narradores de Hoy»). Una obra tan rica como la citada tiene, lógicamente, mil y una lecturas. Pero a mí la penosa actualidad política insular de los últimos meses -y años- me ha traído a la memoria precisamente ese trozo de la narración, no sólo por el hecho de que aquí vivamos también bajo, o sobre, el volcán (en la isla volcánica por excelencia de toda Canarias), sino por las otras continuas y asfixiantes erupciones políticas que están llenando el ya de por sí cargado ambiente lanzaroteño de cenizas negras, negrísimas, como el alma de la desalmada política que lleva ya lustros padeciendo la parte más oriental del Archipiélago, en donde nadie es «paloma mensajera» y casi todos son «pelados» que sólo sueñan con el mandato político para hacer fortuna e intentar «pelar» al mismo pueblo que cada cuatro años encarama en el poder a toda esta fauna de vividores sin escrúpulos conocidos].

Bien se podría añadir aquí la habitual nota final que aparece en algunas obras de ficción, aunque con algún pequeño/gran matiz: «Cualquier parecido con la realidad puede ser algo más que simple o simplona coincidencia».