La grave crisis que en la actualidad sufre el mundo hace que Occidente aminore su bienestar y reduzca su crecimiento, pero tanto europeos como americanos tenemos amplios medios para mitigar los efectos sociales de esta situación ...
La grave crisis que en la actualidad sufre el mundo hace que Occidente aminore su bienestar y reduzca su crecimiento, pero tanto europeos como americanos tenemos amplios medios para mitigar los efectos sociales de esta situación que atravesamos. Sin embargo, en áreas extensas (y próximas a nosotros) como África, la crisis puede acabar con el tímido despegue que algunos países iniciaban allí hacia el desarrollo. El tsunami financiero que comenzó en Estados Unidos y que ha golpeado en primer lugar a las naciones industrializadas, luego a las emergentes y, en una tercera oleada, ha llegado también a las zonas más pobres del planeta, amenaza con tener consecuencias desastrosas donde todo bienestar consiste sólo en lograr comer a diario. En el África subsahariana, por ejemplo, sus habitantes no tienen caprichos superfluos de los que privarse y son más vulnerables que nadie a los espasmos económicos de esta globalizada sociedad del siglo XXI.
Según el Fondo Monetario, hay veintidós naciones, la mayor parte africanas, que están hoy al borde de la catástrofe absoluta. Aunque su sector financiero sea muy endeble y no se halle contaminado por los males que han afectado a la gran banca internacional, lo cierto es que la mundialización ha hecho disminuir sus exportaciones de materias primas con el consecuente deterioro en la escasa renta per cápita que poseen. A esto debemos añadir el cese brusco del envío de divisas por parte de aquellos emigrantes suyos que habían conseguido trabajar en el primer mundo. Aquí, entre nosotros, los primeros afectados por el paro son los extranjeros y las dificultades laborales que ahora existen en Alemania, Francia o España donde más se dejan sentir, probablemente, es en incontables familias de Guinea, Congo, Sudán o Nigeria, pues han dejado de recibir euros vitales para la propia subsistencia.
La cólera de los parias de la tierra puede ir en aumento de día en día. No se sienten responsables de ninguna crisis y tampoco tienen medios, como los países ricos, para pergeñar planes millonarios de relanzamiento social y económico. En la reciente conferencia de Dar-es-Salaam, algunos dirigentes africanos se quejaban con amargura de que sus males podrían atajarse si, entre todas las naciones que ellos representaban, poseyeran recursos que supusieran la mitad de lo defraudado por un especulador como Bernard Madoff. ¿Deberemos extrañarnos de ver, próximamente, una auténtica marea de cayucos frente a las costas de Europa trayendo a gentes desesperadas? Contentos podremos estar mientras su justa desesperación la apliquen a cruzar el mar y a buscar las migas que, a pesar de los pesares, siguen sobrando de nuestras mesas. Lo peor va a ocurrir cuando la paciencia se les acabe y se decidan a pedirnos cuentas por desigualdades eternas en las que siempre cargan los mismos con la peor parte.