“Hice suficientes investigaciones como para comprobar que la mística de la feminidad estaba afectando a todas las mujeres, no solo a un puñado de chicas de Smith con demasiados estudios”-Betty Friedan
Por una parte, sentíamos que había buenas noticias. Cada vez más mujeres eran como Nevenka, nos atrevíamos a hablar, a denunciar, a gritar que no estábamos solas. Sin embargo, ese tanto por ciento que con la valentía de Gisèle Pelicot era capaz de narrar su sufrimiento, lo hacía siempre años o meses después.
La violencia psicológica, muchas veces previa a la sexual, el abuso económico y de poder, el shock de haber depositado la confianza en alguien y el vínculo emocional que le sucede, hace que sea tremendamente difícil contar lo vivido.
Pero a todo esto, se añade la condición. Es más complicado aún si se trata de un “gran hombre”, conocido, famoso, poderoso, de prestigio. Es decir, la condición, junto a la terrible diferencia deluziana de un “entre”. El sentido de complementar-a. ¿Quién complementa a quién? como nos recuerda Amelia Valcárcel. ¿Y en qué medida? ¿Para qué fin?
Depositar una realidad tan íntima en manos de la policía, instituciones judiciales, de grandes periódicos de tirada nacional o de despachos de abogados -la mayoría aún no especializados en violencia de género y a los que muchas de nosotras económicamente no podríamos acceder-, no genera aún la suficiente confianza. Este es uno de los problemas de fondo que invita a la reflexión y deberíamos preguntarnos entre todos y todas porqué. Tal vez las propias instituciones, partidos políticos y prensa, estén -aunque me gustaría pensar que cada vez en menor medida- dominados por los mismos que pretenden silenciar la voz de las mujeres.
No se engañen, el denominador común de estos abusos se llama patriarcado y esferas de poder.
No importa que se sitúe en cine como Vermut, en la Casa Real o en nombres de diputados de distintos partidos políticos. La raíz empieza con un “Jessica 20 minutos” o “España puede esperar”, porque para muchos no se nos contempla como bien afirmaba Simone de Beauvoir como sujetos, sino como objetos.
Los mismos depredadores que paraban el coche a altas horas de la madrugada en la carretera, ahora se sitúan en la red. No deja de llamar la atención la cantidad de políticos que por casualidad solo siguen a mujeres por Facebook, Twitter o Instagram.
La alerta estaba ahí. No eran “nombres que sonasen”, no era un “había rumores de…”, no se trata de que toda España conociese que el Rey Juan Carlos tenía relaciones con Barbara Rey. La alerta estaba anunciada hace años por Amelia Valcárcel, Celia Amorós, Laura Freixas, Yolanda Domínguez…tantas y tantas en las que nosotras nos reconocíamos.
“Abalos, el rey emérito y Errejón”, no son más que otros chicos del montón. Eso sí, y cuidado, con poder. Ese poder que hace que pensemos en admirarles, esa condición que persiste desde su omnipotente universalidad y su aparente impunidad.
Llama la atención que se trate este tema desde el sensacionalismo y el partidismo cuando lo que está sucediendo tiene raíces mucho más profundas e históricas. La revelación de un “novum antropológico moral” que construimos las mujeres con esfuerzo desde la Ilustración. Los derechos y libertades que juntas construimos y por los que, como pueden comprobar -a pesar de tanta palabrería- hemos de seguir luchando.