La película de Mihaileanu nos sitúa en el año 1984. Miles de refugiados africanos procedentes de veintiséis países llegan a los campamentos de Sudán. A instancias de Estados Unidos e Israel se ha puesto en marcha un vasto proyecto (Operación Moisés) para llevar a los judíos etíopes (falashas) a Israel. Una madre cristiana convence a su hijo de nueve años para que diga que es judío y así salvarle de la hambruna y de una muerte segura.
El niño llega a la Tierra Prometida. Oficialmente es huérfano y lo adopta una familia sefardí francesa afincada en Tel Aviv. Crece con el temor de que descubran su secreto, no es judío ni huérfano, sólo es negro. Descubrirá el amor, la cultura occidental y el judaísmo por un lado, y el racismo y la guerra en los Territorios Ocupados por otro. Se convertirá en judío, israelí, francés y tunecino, una auténtica Torre de Babel humana. Pero nunca olvidará a su auténtica madre, la que se quedó en el campamento, y siempre soñará con encontrarla de nuevo.
El director ha logrado con "Vete y vive" relatarnos una auténtica epopeya sustentada en el amor recíproco que una madre y su hijo se tienen, separados por las circunstancias pero unidos íntimamente por otra realidad más profunda e inefable. Pero es también una llamada a la tolerancia desde la injusticia cometida sobre los etíopes, unas veces no aceptados entre sus correligionarios judíos por el color de su piel o por su condición de cristianos, y otras, menospreciados por la comunidad internacional debido a su pobreza y nulo interés socioeconómico.
El atractivo de la historia es suficiente para atrapar al espectador, interés que aumenta merced a un vigoroso arranque, lleno de realismo y emotividad: en la primera escena asistimos al dolor de una madre que pierde a su hijo entre sus brazos, a otra que renuncia al suyo de manera heroica, y contemplamos a unos personajes con un ejemplar sentido de la solidaridad. Y todo ello con una bella fotografía e imágenes de gran fuerza visual, que sirven para que el espectador se decida a acompañar al joven Schlomo por los difíciles caminos que le esperan. Escenas emotivas se entremezclan con otras dramáticas, para dar relieve a una vida de desarraigo pero sostenida por la esperanza, la de alguien que lucha por no olvidarse de su origen pero que tampoco quiere renunciar a las posibilidades que se le abren.