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Sobrevivir a la violencia de género y vivir para contarlo: "Nadie supo verlo"

María Hernández narra a La Voz su experiencia tras sobrevivir en Lanzarote a una relación de maltrato y cómo ha logrado una nueva vida

María Hernández en una fotografía cedida a La Voz.

La vida de la conejera María Hernández estuvo marcada por su educación. Siempre pensó que necesitaba la protección de un hombre para poder vivir, porque así se lo había enseñado su madre desde su niñez. En sus relaciones amorosas halló la manera de huir de su vivienda familiar.

Fruto de su primera relación con un hombre nació su hija mayor. Ella entonces solo tenía 19 años y aún vivía con su familia cuando tuvo que contar que esperaba un bebé. "Las apariencias en mi familia son fundamentales, así que cuando le conté a mi madre que estaba embarazada se puso como la niña del exorcista", narra María Hernández a La Voz desde el otro lado del teléfono. 

A partir del anuncio de su embarazo, la vida en su casa fue de mal en peor. "Era humillada constantemente, era la puta, para mí fue un sufrimiento increíble, por eso luego me quería escapar de ellos todo el tiempo", explica. La relación con el padre de su hija no salió bien y criaron a su hija por separado.

Un tiempo después, María Hernández conoció a otro hombre y vio en él un salvavidas. A pesar de que era once años mayor que ella, decidió mudarse a La Palma, donde él vivía y llevar con ella a su hija. En el tiempo que estuvo con él, le diagnosticaron depresión y anorexia, dos enfermedades que se vieron incentivadas por un entorno tóxico. La hija de su novio y ella no mantenían una buena relación. 

"Al principio era como muy bonito. Eres muy bonita, eres muy buena, era como la mujer de sus sueños y luego me convertía en la bruja. Literalmente cosas como: es que tú eres tonta, es que no sabes lo que quiere es que no seas estúpida, no vales para nada", relata.

Teléfono de atención a mujeres víctimas de violencia de género 016

En ese momento, la situación en La Palma se torció tanto que María no se encontraba en un buen momento de salud mental y su hija tuvo que volver a Lanzarote sin ella. Un tiempo después, la hermana de María fue a por ella y la trajo a Lanzarote. "Ellos querían que yo parara, pero yo no tenía fuerza para parar", señala. 

Sus padres la acogieron en casa de nuevo y tras dos años y medio de vuelta en la isla, comenzó a trabajar en el Aeropuerto de Lanzarote, en una compañía de handling. Allí conoció al que siete meses después se convertiría en su marido. "No quería volver a decepcionar a mi familia, pero él conoció a mi niña y surgió una conexión entre ellos y se la fue ganando. Me llené de ilusión en pensar en que fuera un padre para ella", explica María. 

En ese momento, su tercer novio le prometía que las iba a proteger. Hasta. que ocurrió el primer episodio de violencia. Durante un viaje a Santander, que partió a conocer a la familia de su pareja, fue la primera vez que él le gritó. Tras ello, el 29 de octubre del año 2000, se casó y comenzó su infierno. 

"Cuando me casé tenía una depresión terrible. La gente me decía pero, ¿tú te vas a casar? porque estaba supertriste", cuenta, "ese es el mayor error que puedes cometer, no saber cuál es el motivo real por el que te casas".

Tras ello, mantener un matrimonio desconociendo la razón por la que no te divorcias es para María Hernández "el infierno más grande en el que cualquier persona puede estar porque a sus hijos los mata en vida, le marcan la vida para siempre pero para siempre".

Su relación con su marido fue "una relación de maltrato desde el primer momento", relata María tras años de terapia y de formación. A ello se sumaba, que su madre y su ya exesposo se peleaban para mantener el control sobre ella.

A raíz de los conflictos entre su marido y su madre, se mudaron al norte de la isla y fue la manera de alejarla de su entorno. Una vez se mudaron a vivir juntos, él comenzó a establecer una serie de reglas en la casa, para controlar el comportamiento de su hija. "Allí empezó sutilmente a generar violencia, a controlar nuestra vida", cuenta ahora tras años de terapias. 

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En esa segunda convivencia se mantuvo los celos con el padre de su hija mayor, la disputa porque lo llamara papá. En ese tiempo, María tuvo hasta dos abortos, presionadas por su entonces pareja, que le amenazaba con abandonarla si no interrumpía su embarazo.

"El tema de los abortos, cuando no son voluntarios, suele pasar una factura muy grande a las mujeres, con la carga de culpa añadida que lleva. No fue una decisión tomada por mí", cuenta María. Estos abortos le supusieron mucho dolor e impotencia.

Luego, él cambió de idea y le suplicó tener un bebé. "Pensamos que nos va a proteger en realidad y lo que en realidad hace es mostrarte hasta dónde estás dispuesta a llegar hasta hundirte y querer morir por algo que no merece la pena", explica esta superviviente, "eres lo suficientemente inteligente como para salir adelante, sola, no tienes que estar en un matrimonio que lo único que te da es migajas". 

En ese periodo, María fue golpeada en varias ocasiones, humillada e incluso lanzada al suelo por su marido. Durante años se marchó y volvió a su hogar, porque no se podía desprender emocionalmente de esa relación. "Nadie supo ver que estaba en una situación de maltrato, todo era culpa mía y yo era la ignorante y la gilipollas", recuerda María Hernández.

Cuando nació su segunda hija, la bebé no paraba de llorar, pero su marido solo tuvo "compasión" durante la primera noche. Tras meses de infierno, decidió salir de casa y fue acogida por una familia que se encargaba de cuidar a su hija menor. En ese momento descubrió que su marido la engañaba y se asesoró para divorciarse. 

"Busqué tantas alternativas que los psicólogos dicen que hasta la vitamina B12 se me desgastó. En ese esfuerzo físico y mental me agoté y por eso caí en use bucle", recuerda Hernández.

María estuvo acompañada de la Asociación Mararía en los primeros años tras salir del maltrato. Después se formó como terapeuta de mentoría y en Psicología Positiva. "Me hipotequé en mi vida porque decidí salir de todo eso y empecé a descubrir un mundo", explica a La Voz.

Esta formación le ayudó a salir del agujero y a entender cuáles eran los patrones de conducta de los hombres de su vida, así como los suyos. "Yo me pegaba a mí misma, no me quería", narra. Ahora, María Hernández ha encontrado su camino, pudo salir de la situación de maltrato con su exmarido y ha conseguido encontrar una manera de sanar sus relaciones familiares.

Todo esto lo ha explicado en su novela Regresando a mí. En ella los personajes aparecen anonimizados con el objetivo de evitar posibles demandas judiciales.