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Recuerdos de cuando era Navidad

En la residencia para mayores "Amma" en Haría, los días transcurre apaciblemente. Las rutinas de cada jornada con sus correspondientes horarios se cumplen. Ahora a comer. Ahora terapia. Ahora a descansar. ...

Recuerdos de cuando era Navidad

En la residencia para mayores "Amma" en Haría, los días transcurre apaciblemente. Las rutinas de cada jornada con sus correspondientes horarios se cumplen. Ahora a comer. Ahora terapia. Ahora a descansar. Toda actividad de estas personas mayores, envuelta por la paz que, sea uno joven o viejo, se respira desde que las casitas blancas y las palmeras que las rodean aparecen ante los ojos del que se acerca al pueblo.

Pero hasta la tranquilidad del valle de las mil palmeras se ve alterada por las luces, el ambiente y los preparativos de los días de Navidad. Y la vida diaria de la residencia de Haría, no iba a ser menos. Es Navidad y se nota. Los menús de estos días también cambian y alguna concesión de más al dulce habrá para los residentes a los que el médico no les deja pasarse.

Es media tarde y algunos residentes caminan por las instalaciones del centro presidido por un gran árbol de Navidad. En la sala de terapia Dolores Duque llena de color un angelote de papel que después se recortará y servirá de adorno. Allí se reúnen cada tarde algunos abuelos y abuelas lanzaroteñas y esta tarde, La Voz les acompaña para escuchar relatos del pasado, recuerdos de otro tiempo, de cuando era Navidad en Lanzarote, pero las luces y los puñados de regalos no abundaban en estas fechas.

Viajando en el tiempo hasta el Arrecife de los años cuarenta es fácil ver cómo la sociedad ha cambiado el sentido y la importancia de la Navidad, si bien hay cosas como la ilusión de los más pequeños que se mantiene.

Una muñeca especial y naranjas

María Irlanda era sólo una niña en una década marcada por la posguerra. Vivía en Arrecife y reconoce tener "buenos y malos recuerdos de la Navidad en la infancia". Su madre estuvo en Buenos Aires, donde tenía una prima de nombre poco común: Irlanda. "Le gustó y me puso a mi el mismo nombre", explica esta mujer de sonrisa amplia.

Por aquella época había pocos juguetes. "Recuerdo siempre las ganas que yo tenía de una muñeca para vestirla y prepararla. Fue el regalo que más ilusión me hizo: una muñeca de cartón. Mi madre cosía muy bien y me hizo vestidos para la muñeca. Pero claro, como era de cartón, en cuanto se mojó se me deshizo". Y como los juguetes no caían del cielo, los niños se las ingeniaban para divertirse en la calle. "Nosotras jugábamos al tejo, pintábamos en el suelo los cuadrados e íbamos saltando".

"Y a los boliches". Es Eusebio de León el que habla. Tiene 64 años y recuerda que era uno de sus juegos favoritos. Pero María Irlanda le recuerda que "las niñas, jugaban al tejo, los boliches era cosa de niños".

Aunque natural de San Bartolomé, Eusebio vivía en Arrecife y guarda un recuerdo de la Navidad marcado por "la música de villancicos que se oía en la calle Real". No recuerda "muchos Reyes" pero la ilusión tampoco faltaba. "Un año mi madre nos puso un kilo de naranjas a mi hermano y a mi y con eso ya?".

Dolores Duque, que ya ha terminado de pintar su angelote, se une a la charla, para recordar que no fueron años muy buenos. "Había mucha necesidad. La guerra y después la posguerra, las filas para conseguir un kilo de gofio?", cuenta pausadamente esta lanzaroteña que marchó a Las Palmas "a trabajar en el tomate ocho años", explica orgullosa de lo allí aprendió. Su compañera en la residencia, Josefina Fernández, que ya alcanza los 94 años, recuerda que en su pueblo, Mala, compraban para Navidad "naranjas y pescado salado que traía un hombre con un burrito". Después cuando se casó y sus hijos eran "más granditos" como ella dice, "había más haberes y también un poco más de Navidad".

Pero Josefina nunca escribió una carta a los Reyes Magos, y sus hijos, tampoco. "Tengo una hija y tres hijos, pero en mi pueblo nunca se usaban regalos de Reyes por Navidad, ni se nombraban siquiera los Reyes, por lo menos en el tiempo que yo crié a mis hijos". Pero Josefina sí recuerda alguna Nochebuena de su juventud. "Primero tomábamos truchas, luego chocolate y después íbamos a misa de Gallo y lo pasábamos bien".

Con voz profunda y la mirada buscando el recuerdo que contar a sus compañeros y a La Voz, es este caso es una vecina de Los Valles, que ahora vive en la residencia de Haría, quien cuenta su experiencia navideña en su juventud. "Antes no había regalos ni nada. Un baifito de 10 o 12 días que matábamos para freírlo, era la única comida. No había día de fiesta porque el día de Navidad y de Año Nuevo había que ir a trabajar también. Teníamos que dar de comer a las cabras y al camello. Además mi madre no me dejaba salir porque decía que unos muertos y otros bailando, no podía ser". A Marina, de 74 años y nacida en Guatiza tampoco la dejaban salir, ni casi disfrutar de la Navidad. "Mi madre no quería, le mataron un hijo en la guerra y perdió el ánimo para todo".

Historias marcadas por la Guerra Civil y una época en la que el ocio y la diversión no estaban al alcance de cualquiera.

UN BAILE CON GUITARRA Y TIMPLE

¿Y la llegada del nuevo año era algo especial? Para algunos, no pasaba de ser una noche más en la que ir a la cama temprano para acudir con la amanecida al campo. Había que trabajar, tal y como recuerda Marcial Betancort. Tiene 74 años bien llevados. Bajo la gorra deportiva que luce, una sonrisa eterna recuerda que él tenía que trabajar también en Año Nuevo, pero ahora, se dedica a descansar en Haría, aunque lo de bailar en Nochevieja, no lo tiene aún claro. "Depende, si me gusta la pareja sí que bailo". Todos ríen.

Irlanda no puede evitar reír al recordar la despedida del año en su juventud. "Estábamos en casa hasta que partía el año y a las doce, ya estábamos arregladas y salíamos corriendo para la sociedad. Queríamos estar hasta las cinco de la mañana e íbamos con carabina. Entre las amigas decíamos: este año le toca a tu madre, no este año le toca a la tuya. A las pobres les entraba una dormidera?Después nos tomábamos un chocolate en la churrería "Basilia" o el bar Janubio, que estaban en la calle Real".

Josefina Fernández nació en 1913 y en su infancia "no se usaban las uvas ni nada" para despedir el año. "Y mira que teníamos uvas en casa porque teníamos viñas", recuerda. "Yo no salía a celebrar el final de año, sólo algún domingo a algún bailito con guitarra y timple, pero siempre dentro de Mala, del pueblo no salíamos".

JUGUETES DE AYER Y NIÑOS DE HOY

La madrugada del 6 de enero será mágica para todos los niños, y también para muchos mayores, de Lanzarote. Mucho ha cambiado la cuota de regalos que toca por cada niño desde principios y mediados del siglo pasado hasta hoy y los Reyes Magos, vienen ahora mucho más ricos que antaño. Eusebio de León se queja de que la abundancia de juguetes de la que disfrutan los niños ahora, les hace tener menos conciencia del esfuerzo que supone. "Ahora los niños no valoran nada. Les hace ilusión sólo en el momento de abrir los regalos y luego, los dejan arrinconados. Cuando veo todas las cosas que tiene mi nieta le digo que de algo a otros niños que no tienen". Y es que los juguetes con los que los que los abuelos se divertían eran muy diferentes.

Marcial Betancort pegaba patadas a una pelota hecha de trapos que su madre cosía cuidadosamente para darle la forma redondeada y Marcelino, explica cómo hacía con sus amigos en Guatiza los "cochitos" para arrastrarlos. Con unas manos grandes y muy trabajadas Marcelino gesticula explicando la manera en la que utilizaban las tuneras hasta darles forma y tener un carro con el que jugar en la calle. Eran otros tiempos.

Ahora los abuelos que cariñosamente desgranan sus recuerdos para La Voz, tienen su propia carta para los Reyes Magos. En ella lo material está ausente para dar paso a un deseo común. "Yo pido salud" afirma Marina, "estoy en un cochito de ruedas y ahora lo que pido es salud". Un bien preciado para todos. No faltan otros deseos, como los de Luisa Cárdenas, de 90 años. Una mujer que asegura que todas las Navidades ha sido "de verdad feliz" y que este año, también lo es. Por eso pide lo mismo para el resto del mundo: "amor, felicidad y paz para todo el mundo. Que acaben los rencores y las peleas".

Pero es del todo seguro que los Reyes dejarán algún regalo para alegrar la mañana del 6 de enero a los abuelos de la residencia de Haría, que además se endulzarán el paladar con los productos de estas fechas. "Yo no puedo tomar dulce que tengo más de 400 de colesterol". Es la queja de la abuela Marina. "Bueno Marina, algún turrón si te comes", recuerda con una sonrisa Elisabeth Artíles, directora de las residencias "Amma" de Haría y de Tías.