Los dos celebran que desde el mes pasado el Hospital General de Lanzarote disponga deuna unidad funcional de extracción de órganos. "En el Hospital se producen a lo largo del año, varias muertes de pacientes que podrían ser donantes de órganos", explica su responsable Javier Arroyo, sobre una situación que se da entre 2 y 5 veces al año. "Esto puede parecer poco pero para una persona que está en diálisis y sufre los inconvenientes de todo ese procedimiento que a veces tiene sus complicaciones, sacarle del tratamiento y permitirle llevar una vida normal con un riñón transplantado es una cosa increíble. Y todavía es más exagerado con otros órganos como el corazón, el hígado y el pulmón".
La espera
Jesús se conecta cada día a una máquina que hace las funciones de su riñón, durante 10 horas. "Tienes que estar bien de mente y tenerla fresca porque si no te pasas todo el día pensando y como no tengas claro el concepto de máquina y de paciencia...". El tratamiento requiere una disciplina muy rigurosa de tiempo. Además necesita una higiene meticulosa. Es imprescindible que todo esté bien esterilizado, para evitar que entren infecciones y eso también lleva su tiempo. Jesús tuvo que dejar de trabajar, porque no le salían las cuentas de las horas. "Tienes que acoplar tu día a día a la máquina. Es necesario compatibilizar mucho. La cena no la puedes descuidar. Una hora ideal para acostarse es a las doce, para estar de doce a diez. Pero si tienes que levantarte pronto, porque tienes que ir al banco o hacer algo, te tienes que acostar antes. Procuro disfrutar del día. Ver un poquito la tele. Cine si puedes. Por la mañana cuando te desconectas es otro mundo"
Davinia apunta que apenas recuerda que una vez esa misma máquina formaba parte de su día. "A veces se me olvida que estoy transplantada". Sin embargo acompaña a Jesús en sus explicaciones. En ocasiones hablan al unísono y se preguntan, se interesan el uno por el otro. Se comprenden. "El tratamiento en diálisis bien, pero tenía unos dolores de cabeza fortísimos. Parecía que me iba a estallar. Me dolía un montón, porque me subía la tensión". Jesús asiente, porque sabe de qué habla. Lo mismo ocurre cuando Davinia, frente a la máquina de diálisis que Jesús tiene en la habitación, recuerda cómo se sentía. "Yo ahora me encuentro más fuerte, pero antes estaba siempre cansada, y a veces me sigue pasando"."Te faltan una serie de vitaminas, aminoácidos que son imprescindibles y no puedes rendir al cien por cien", añade Jesús quien reconoce que esta situación condiciona su forma de actuar. "Es duro, muy duro, pero se lleva. Yo soy una persona valiente y fuerte, aunque a veces te pueden las cosas". Esa vez ocurrió. "Sólo he tenido una recaída y durante cuatro días dejé de darme la diálisis. Engordé 12 kilos. Estaba hinchado de líquidos".
Además, al tratamiento se suman otro tipo de complicaciones. "Me han dado hipoglucemias diabéticas, mientras dormía conectado. Al darme, incluso, tuve convulsiones y golpes. Te ves atado. No coordinas. Me ha pasado ya dos veces y he llegado loco hacia la puerta de la casa". A pesar de algunas dificultades, Jesús valora con mesura su situación. "De momento estoy viendo la vida igual. Con los ojitos abiertos. Que venga o no venga, bueno... me gustaría que me llamasen. Nunca se pierde la esperanza, pero si no viene tampoco pasa nada. Ahora estoy tranquilo".
Los cambios
Para Davinia, la descripción es clara, "la donación es libertad y es vida". El transplante deriva en que desaparezcan muchas adversidades no sólo físicas, también personasles y sociales. Davinia llegó a tener una minusvalía del 76 por ciento. Ahora no supera los 13. Su riñón funciona al 65 por ciento y aunque sabe que tiene que cuidarse, vive sin milimetrar tanto su cotidianeidad. Jesús, por ejemplo, supera el 60 por ciento de minusvalía. Un fallo en el riñón afecta tanto al aparato genito urinario, como a la circulación y muchas otras molestias que trae a largo plazo, que afectan también a lo cotidiano. Ahora está de baja. "Pasaba nueve horas trabajando, más dos de desplazamiento y otras nueve en diálisis. Me subía por las paredes. Al menos lo intenté pero al final lo pasé mal. Mi jefa me permitía llegar tarde y a mi eso no me gustaba porque tengo más compañeros.... Aunque ellos lo entiendan".
La preparación de la diálisis es muy metódica. Desinfectar la habitación, esterilizar los utensilios, colocar las bolsas, puede llevar horas. Si algo falla, hay que reiniciar el tratamiento y eso supone demora. "En ocasiones, tienes todo preparado y cuando vas a colocar la bolsa te das cuenta de que está rota y hay que empezar de nuevo. Otra vez a esterilizar. Si sale algo mal, ya llevas retraso. Subes nervioso al trabajo".
Jesús, en diciembre, tendrá que volver a renovar su baja, pero ya lo tiene pensado: "si dentro de ese periodo me transplanto vuelvo a trabajar". Davinia está esperando el empujón para desarrollar su actividad profesional. Estudió Auxiliar de Clínica. No sabe hasta qué punto haber pasado tanto tiempo en hospitales condicionó esta decisión. Sin embargo, siente que todavía le falta el impulso para empezar a buscar trabajo: "como empecé tan pequeña con esto, creo que me ha influido. No podía trabajar y ahora me cuesta empezar". Otra de sus ilusiones es ser madre, pero teme tener complicaciones porque a veces un embarazo puede alterar el riñón. "No sé cómo sería mi caso. El riñón tendría que trabajar el doble para mi y para el niño".
El transplante no es un milagro, aunque sea lo más parecido a ello. Hay que cuidarse mucho. Tanto como cualquiera de nosotros y un poco más porque se trata de un órgano que no pertenece a nuestro cuerpo y requiere más "mimo". "Yo cojo con más facilidad los virus. Mi doctora me ha dicho que no me lo puedo permitir. "Encima que sólo tengo un riñón, se te puede ir estropeando y yo espero que me dure muchos años". "A mi me llega ahora uno y lo cuido como oro empaña", planifica Jesús, mientras interactúa con Davinia en un diálogo que fluye entre la realidad y la esperanza.
El ciclo de la vida: de la espera y los cambios
"¿Qué en qué ha cambiado mi vida? En todo", sentencia Davinia, "ahora puedo hacer cosas que antes no hacía. Antes no podía ir con mis amigas a tomar una hamburguesa. Tenía catorce y quince años cuando empecé con el tratamiento en diálisis. Me daba vergüenza ir con la bolsa y me la tapaba. Iba poco a la playa, me ponía el bikini más subido para que no se me viera el catéter, no podía comer hamburguesa. Apenas salía".
Para Jesús, esos momentos ya pasaron, "todo lo da el tiempo. Eso puede dar reparo, pero yo he llegado a conocer a gente por la bolsita. Te preguntan, se interesan". De aquello, para Divinia, sólo quedan algunas marcas, "el transplante te deja cicatrices feas, pero a mi me da igual, son mías. Yo no se las he quitado a nadie". Jesús, sonríe cuando lo escucha. Lo tiene claro. Son males menores. "Si yo estuviera transplantado, cuatro pastillas al bolsillo y a la playa del Papagayo". Es lo que más echa en falta, no planificar. No tener que preparar un viaje y una salida, con el indispensable equipaje de la máquina de diálisis. "Falta improvisión en mi vida".
Después de tres horas de reencuentro, sin haberse conocido antes, Davinia confiesa que "le extraña no haber visto antes a Jesús". Las constantes visitas al hospital de este tipo de pacientes han creado una pequeña gran familia entre los que están en lista de espera y los que ya han sido transplantados. "Cuando te llaman tienes que estar preparado psicológicamente, porque puede que vayas a Tenerife -único lugar donde se realizan transplantes de riñón en Canarias- y al final te tengas que volver porque no es compatible", revela Jesús, poco antes de que finalice una entrevista a la que dio lugar una pregunta: ¿Desea usted ser transplantado para seguir viviendo y mejorar su calidad de vida? Que tomó sentido a través de otra consulta ¿Desea usted donar un órgano para posibilitar un transplante que permita que alguien pueda seguir viviendo y mejorar su calidad de vida? Y de una misma respuesta.