ççDesde los tres años su hermano, de 17, la violó en innumerables ocasiones. A los 14 su familia ya la había vendido a una red de prostitución que cambió su vida y destrozó su salud física y mental para siempre. Ahora, tras más de 30 años siendo víctima de explotación sexual, consiguió salir del sistema y trata de reconstruir sus pedazos a través de su libro, España, la Tailandia Europea: las cloacas de la prostitución, que narra su historia y la de muchas mujeres que son captadas desde la niñez por redes de explotación sexual.
Kamila Ferreira nació en las favelas de Brasil, era la mediana de dos hermanos. El pequeño de ellos murió a los siete años, mientras, su madre, que había sido hasta ese momento la proveedora de la familia, ya no podía trabajar y en el barrio se comenzó a rumorear su situación. Un día, recién cumplidos los 14 años, le ofrecieron un trabajo de niñera lejos de su distrito. "Nunca fue un trabajo de niñera, me metieron en el sistema prostitucional en mi propia provincia", confiesa Ferreira al otro lado del teléfono durante una entrevista con La Voz.
"Cuanto más joven, eres más solicitada. No es lo mismo una niña que una mujer porque la juventud es la juventud", narra Ferreira sobre sus primeros años como víctima de trata. Tras ser explotada en Brasil, la trasladaron a Chile y, luego, a México. Hasta que en 1993, pisó España por primera vez, con 17 años, y comenzó a vivir en Valencia.
Hasta que cumplió la mayoría de edad, era su familia "proxeneta" la que recibía en Brasil el dinero que ganaba. Luego, pudo ir administrándolo, pero seguía entregando una buena parte de sus ganancias a sus explotadores y otra a su propia familia, lo que la llevaba a vivir "como un mendigo".
En los primeros diez años que ejerció en España estaba custodiada por sus proxenetas y una madame. "Tenía que estar disponible las 24 horas del día, los siete días a la semana, los 365 días del año", narra. El poco tiempo que tenía libre no salía de la casa de citas, sino que lo empleaba en dormir.
"Tú podías estar durmiendo y si en ese momento salía un servicio, te despertaban y tenías que atender a ese hombre. En una casa de citas que funciona las 24 horas, a la hora que llegue [el putero], tienes que buscar el maquillaje, lavarte los dientes y ponerte guapa", revela.
En todo este tiempo, Ferreira hacía frente a una deuda ficticia inventada por sus proxenetas. "La gran deuda que nunca acaba", confiesa a La Voz. Durante muchos años sus explotadores sexuales multiplicaron el precio de sus gastos, se los inventaban e incluso creaban nuevas deudas si ya había saldado las anteriores para que no pudiera irse.
Su deuda con los proxenetas de Valencia solo se acabó cuando se fue haciendo "demasiado vieja" para los puteros, a los 27 años. "Ellos van demandando 'carne nueva', como lo dicen ellos, porque ya te sacaron el jugo, ya sacaron todo de ti".
"El putero elige qué tipo de carne quiere comer, solomillo o costilla picada", narra Ferreira, durante muchos años de su vida vio cómo en las casas de citas la colocaban en fila, en bata, con decenas de mujeres para que 'el cliente' escogiera con quién quería acostarse.
Después de que los proxenetas de Valencia se deshicieran de ella, la captó una red de Tenerife y allí pasó a ser "una puta pobre", ejerció en la calle y en plazas de la isla, mientras las tarifas disminuían. Durante su estancia en la isla fue haciendo "rutas de 21 días" por diferentes puntos de Europa y España. Entre ellos, Lanzarote. "Hay que hacer cosas porque los puteros se aburren de las mismas mujeres, dicen que para eso 'ya tienen a sus esposas o a sus novias'", critica durante la entrevista.
Un intento de secuestro en Lanzarote
En Lanzarote, estuvo varias veces cuando ejercía la prostitución y lo recuerda por dos motivos: fue uno de los sitios donde mejor se pagaba, pero también donde vivió un episodio de intento de secuestro con un cliente.
"Me acuerdo que un hombre que plantaba piñas y lechugas contrató un servicio conmigo y otra chica brasileña", arranca Ferreria. Cuando salieron de la casa de citas a la vivienda del putero, el hombre las encerró a ambas y dejó a un pastor alemán custodiándolas. Fue el "matón" que la madame del piso de citas tenía contratado el que fue a buscarlas porque el hombre no las dejaba salir.
La violencia sexual no fue el único tipo de violencia con el que se topó en las tres décadas en las que fue explotada. Entre alguno de los episodios que ha narrado a esta redacción cuenta cómo a los pocos años de ser captada, cuando vivía en México, vió cómo disparaban y mataban a una compañera que acudió a comisaría a pedir ayuda.
Mientras tanto, expone que durante toda su vida buscaba métodos para protegerse. "Siempre me ponía en una posición donde podía escapar con facilidad, siempre le avisaba a una compañera, a una de las pocas en las que puedes confiar, de dónde estaba y de que iba a hacer una salida", explica.
Ferreira reprocha que las cifras nacionales de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas se publiquen con los datos de las víctimas, mientras que los nombres de las mujeres prostitutas pasan a un segundo plano. "Las putas no le importan a nadie, todo el mundo quiere dinero de las putas, pero nadie quiere una puta a su lado", se lamenta.
Esta superviviente resalta la importancia que tuvo para ella conseguir la residencia legal en España para poder encontrar un trabajo en la limpieza. "No es lo mismo una mujer indocumentada", que tiene miedo a que la policía la pille en la calle, que una con papeles en regla.
Una de las batallas que más le costó librar fue la de desprenderse de su familia, la que la arrastró al mundo de la prostitución. "Es muy difícil que vayas a denunciar a tu madre, tu padre o tu hermano, porque primero hay que reconocer lo que yo a día de hoy reconozco: mi familia siempre ha sido una familia proxeneta". Ferreira señala que muchas mujeres con las que se ha topado en el camino sufrieron cómo sus familiares las empujaban a prostituirse.
Durante la mayor parte de su vida adulta, se vió forzada a continuar en el sistema prostitucional empujada por tener que enviarles una mensualidad a sus familiares. "Lo hacía todo para que a ellos no les faltara de nada, pero ¿qué le importaba yo a mi familia?", se cuestiona. Su familia solo le permitía comprarse "100 gramos de jamón serrano para hacer un bocadillo", por lo que cuando "se los quitó de encima" fue a comprarse una pata de jamón al supermercado para celebrarlo.
"Desde que tengo consciencia he perdido mi vida", expone Ferreira, que logró salir del sistema prostitucional tras 30 años y ocho meses siendo explotada. No fue hasta que salió de la prostitución y se topó con el mundo del feminismo y el abolicionismo, que comenzó a entender todo lo que le había pasado. Ahora, recibe tratamiento psicológico y psiquiátrico, que se suma a su red de apoyo para poder enfrentar las secuelas psicológicas de la explotación sexual.
"Estamos viviendo un tiempo donde se normaliza la prostitución, como una mujer empoderada que tiene un trabajo como otro cualquiera. Jamás la prostitución puede ser vista como un campo laboral para las mujeres porque las mujeres y niñas con el tiempo sufren de estrés postraumático", resalta Ferreira.
El informe tráfico y la trata de seres humanos con fines de explotación en España adelantó que el 80% de las mujeres que se prostituyen han sufrido algún tipo de abuso en la infancia.
En todo este tiempo, tuvo claro que protegería a su hija, que ahora tiene 20 años, para evitar que fuera captada. "Hay madres y padres que venden a sus hijos como ganado", concluye.