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Carrecedo (vulcanólogo): "La erupción de Timanfaya produjo un pequeño invierno planetario"

"Vivimos en islas volcánicas activas y podemos esperar eventualmente una erupción. Tenemos que aprender primero a vigilarla para que se pueda salvar lo importante, que es la vida, y luego aprovechar los recursos", resalta el catedrático en Geología

El vulcanólogo Juan Carlos Carracedo

En septiembre de 1730 la tierra se abrió en dos y el magma que brotó desde su interior formó el Volcán del Cuervo (o Caldera de Los Cuervos). De aquella erupción, que se estima que se alargó durante seis años, fueron muchos otros los volcanes que surgieron del interior de la Tierra y los que cambiaron el paisaje de Lanzarote para siempre.

"Tenemos la experiencia reciente de la erupción de La Palma y de lo que supuso para la población palmera una erupción que duró 85 días y que, con razón, consideramos catastrófica, imaginemos cómo se sentirían los habitantes de Lanzarote en 1730", arranca el exdirector de la Estación Volcanológica de Canarias Juan Carlos Carracedo durante una entrevista con La Voz. La de Timanfaya es "la erupción más duradera y la que más territorio cubrió de Canarias, es un récord prácticamente mundial".

Durante los seis años que duró, "la cantidad de gases que emitió produjo un pequeño invierno planetario", señala el también vulcanólogo y doctor en Ciencias Geológicas por la Universidad Complutense de Madrid, con motivo de su visita a Lanzarote en el marco de la celebración del 50 aniversario del Parque Nacional de Timanfaya. Este invierno se pudo medir en los anillos de crecimiento de los cedros en California.

Una investigación científica en la que participó Juan Carlos Carrecedo en 1980 alumbró el comienzo de la erupción de Timanfaya. "El inicio está claramente indicado por el diario del cura de Yaiza, que indica cómo un gran trozo de un volcán se desgajó y formó una gran piedra que desvió las lavas que iban hacia el norte y se fueron después hacia el noreste", expone Carracedo. Luego, una nueva boca eruptiva salió desde el mar. "Los reportes de la época decían que salían peces que no se conocían" y allí se formó "el volcán de Juan Perdomo".

Las diferentes erupciones que brotaron desde el interior de la tierra lo hicieron en una fisura que se abrió entre la Caldera de Los Cuervos hasta el volcán de Juan Perdomo, cerca de El Golfo. Allí "se produjeron una enorme cantidad de conos volcánicos. Por eso a la isla les llaman la isla de los mil volcanes, aunque no tiene mil, pero tiene muchos", expone durante la entrevista.

Durante la erupción de Timanfaya, la población conejera tuvo que crear un plan de evacuación total de la isla para emigrar hacia Fuerteventura. La mayoría de los "pueblitos conocidos como Timanfaya, Santa Catalina o Los Rodeos desaparecieron enterrados en la lava", resalta exdirector de la Estación Volcanológica de Canarias y durante toda la erupción preocupó que la lava llegara al pueblo de Yaiza, donde había mayor población. 

"Hicieron incluso cómputo de los barcos que necesitarían para la evacuación", resalta el vulcanólogo Carracedo. Así, añade que "al final se fueron prácticamente todos y los pocos que quedaron lo hicieron por petición de la Corona para defender la isla de los ataques piratas de la época", continúa. "Todos los habitantes tuvieron que irse. No llegó a destruir Yaiza, pero sí toda la zona de cultivo, por lo tanto no había medios de subsistencia", expone el catedrático en Geología. 

Lanzarote, cubierta entonces de jable, pasó de ser una isla cerealera, la principal distribuidora de grano en Canarias, a perder sus campos de cultivos y tener que emigrar a su isla vecina. Sin embargo, su nuevo paisaje tras la erupción fue un antes y un después para los conejeros, la isla se tiñó de un manto de ceniza volcánica

"Pensaban que no iban a poder volver a Lanzarote porque no había sitio donde cultivar y aquello no iba a dar para que la gente pudiera subsistir", añade Carracedo. Sin embargo, "tras la erupción, se dieron cuenta de que la zona donde el picón o el rofe era muy espeso se morían todas las plantas, pero en las zonas donde había unos pocos centímetros de ceniza, las plantas no solo no morían, sino que crecían con más vigor", explica el también investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) e investigador de la Universidad de Las Palmas (ULPGC).

La erupción de Timanfaya trajo consigo el paisaje conejero actual, pero también la invención de un cultivo que "hoy está extendido por todo el mundo": el enarenado. "El picón es hidroscópico, atrae la humedad de la atmósfera de los alisios. Permitió que después de la erupción se cultivaran no solo piñas, sino papas, hortalizas y toda clase de vegetales", resalta.

En la actualidad, la afección del cambio climático y su repercusión en la escasez de precipitaciones y el calentamiento del planeta hace más que necesario adaptar los métodos de cultivo. "El cultivo en el arenado puede ser uno de los procedimientos agrícolas que permita el cultivo en zonas que puedan estar en peligro por ese aumento de las temperaturas", señala el vulcanólogo. 

"Vivimos en islas volcánicas activas y podemos esperar eventualmente una erupción volcánica. Tenemos que aprender primero a vigilarla para que se pueda salvar lo importante, que es la vida de las personas, cosa que hicieron muy bien los habitantes de 1730 de Lanzarote, donde no hubo una sola víctima humana y a posteriori saber aprovechar los recursos que la nueva evolución proporcione para mejorar la calidad de vida de la población", aconseja el experto en Vulcanología. 

Cómo se vivió la erupción de Timanfaya se recogió en 37 informes y reportes que las autoridades locales de Lanzarote enviaban a la Audiencia de Gran Canaria y de allí a Madrid para trasladarlo a la Corona. A ello se suma el Archivo de Simancas, hallado en 1989 y uno de los más importantes de Europa, que fue fundamental para poder "reconstruir con bastante precisión" el desarrollo de la erupción y los daños que generó en la isla. 

Sin embargo, hasta ahora los expertos siguen teniendo dudas en la reconstrucción de la historia eruptiva de Timanfaya, una erupción que "se sale de todos los parámetros de las erupciones históricas de Canarias por su duración". Carracedo ha señalado que "tampoco estamos seguros de que durará seis años" y que entre 1730 y 1736 "pudo haber largos periodos sin erupciones, en vez de una erupción de 1730 a 36 continua". 

En la actualidad, la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, mantiene una colaboración con la Universidad de California y el Parque Nacional de Timanfaya para estudiar la geología de la erupción.

El exdirector de la Estación Volcanológica de Canarias Juan Carlos Carrecedo. Foto: Juan Mateos.

 

Predecir las erupciones volcánicas

Sobre la posibilidad de predecir, a través de la ciencia, las futuras erupciones volcánicas, Carracedo se muestra rotundo: "La ciencia no lo puede predecir. Las erupciones volcánicas son como los embarazos de las mujeres, una vez que una mujer está embarazada, el médico puede con bastante precisión decir cuándo va a ser el parto incluso si va a ser niño o niña, pero lo que jamás podrá hacer un médico es decir que una mujer va a tener un niño dentro de cinco años", añade. 

La tecnología ha permitido que las erupciones volcánicas puedan seguirse en tiempo real y tomar las medidas adecuadas de prevención, pero "lo que no puede decir un científico y el que te lo diga es un cantamañanas es que dentro de dos o tres años va a haber una erupción en tal sitio". El vulcanólogo explica que para eso "habría que basarse en una estadística y que las estadísticas valen cuando los fenómenos son muy frecuentes", mientras que las erupciones en Canarias "en el periodo histórico han sido muy pocas, 10 o 12". 

Sin embargo, este experto resalta que la ciencia lo que sí pueden hacer los geólogos es decir "siguiendo la norma universal de la geología que lo que va a pasar en el futuro es lo mismo que ha ocurrido en el pasado" y así "determinar las zonas donde es previsible una erupción futura sin decir cuándo, pero decir dónde hay mayor probabilidad de que toque". 

Para concluir, Carracedo señala que "si la tierra se enfría pasará a ser otro más de los cuerpos planetarios muertos, que ya no tienen ni terremoto ni volcanes ni vida ni atmósfera ni nada". Por lo tanto, "podemos estar muy contentos de que la Tierra sea un planeta vivo".