ALEDDIN DELACROIX RECUERDA AL POETA TINERFEÑO Y SUS ÚLTIMOS VERSOS

Réquiem por Félix Francisco Casanova en el cuadragésimo aniversario de su muerte

Aleddin Delacroix recuerda al poeta tinerfeño, fallecido un 14 de enero de hace ahora 40 años. Rememora su obra, sus últimos versos y su "esa capacidad para conectar con los amantes de la buena literatura"...

14 de enero de 2016 (07:38 CET)
Réquiem por Félix Francisco Casanova en el cuadragésimo aniversario de su muerte
Réquiem por Félix Francisco Casanova en el cuadragésimo aniversario de su muerte

Puede que hoy, alrededor del mediodía, esté usted duchándose o tomando un baño tranquilamente en su casa. Quizá le interese saber (aunque la efeméride es poética el dato es bastante macabro) que justo a esa hora, hace 40 años, el miércoles 14 de enero de 1976 para ser exactos, moría en Santa Cruz de Tenerife, en condiciones similares a las descritas al principio del párrafo, el más joven y superdotado de los poetas canarios. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Félix Francisco Casanova, nuestro —como ya le bautizaron los periódicos de su época— Rimbaud particular.

Según el diagnóstico oficial (quien quiera buscar los fantasmas del suicidio los encontrará), su muerte fue debida a un escape de gas. El informe más fiable de los hechos nos lo proporciona, con el dolor todavía supurando, su propio padre, Félix Casanova de Ayala, en La poesía como sueño premonitorio, una comunicación leída en el Ateneo de La Laguna el 22 de abril de 1976, durante el Primer Congreso de Poesía Canaria. Dice así (p. 186), y con esto aclara la causa, fuese o no intencionada:

    "La ventana de ventilación quedó tapiada por la cortinilla de plástico, el agua de la ducha flaqueó y el aire se hizo irrespirable."

Un trágico accidente doméstico, que podría haberle sucedido a cualquiera, al fin y al cabo. Sin embargo, en el caso de Félix, como el gran poeta que era, algunos de sus versos y reflexiones resultaron proféticos. Así, por ejemplo, en el mes de marzo del 74, como deja escrito en su diario Yo hubiera o hubiese amado, empieza a confeccionar una serie de poemas breves titulados «Síndromes» —enumerados del 1 al 7—, y el primero de ellos, sin ir más lejos, concluye con estos dos versos: "la sombra de mi cuerpo / flota como un cadáver". Además, en otra anotación del diario apunta lo siguiente: "En los «Síndromes», más que agua, hay sangre. Esto no lo había calculado en un principio. […] Por lo tanto tendré que abrir bifurcaciones en el sendero que me propuse: los poemas de agua, y los poemas de sangre (aunque bastante aguada), ¡jua! Ahora creo en algo más hiriente, más penetrante: ¿el aire mismo puede matar!...". Dos elementos básicos, agua y aire, el primero omnipresente a lo largo de toda su obra. Visto así, a posteriori, resulta fácil imaginarse al mismísimo Casanova víctima, y acaso verdugo, de sus propias palabras, envenenado por el aire y sumergido en el agua. Y por si esto no contuviese suficientes gotas de misterio, ahí está, también, el poema final que escribió, justo un mes antes de fallecer, dedicado a su novia María José, y cuyo título y último verso presagian el fatal desenlace: "Eres un buen momento para morirme".

Sea como fuere, hace cuarenta años de aquello, y podríamos decir, con un poco de humor negro, que ya es agua pasada. Lo que sigue plenamente vigente es la vitalidad de Félix, la pasión que ponía en todo lo que hacía, su capacidad para asombrarnos y desarmarnos con una sola línea, y sobre todo, por extraño y contradictorio que parezca, su distante cercanía. Porque más que su talento inagotable o el derroche verbal de su lenguaje, lo que hace de Casanova un poeta especial es esa capacidad tan suya de conectar con los lectores amantes de la buena literatura, de sintonizar en su misma frecuencia aunque procedan de otra época, y de empatizar con su dolor y su alegría. Es como un gigantesco imán de ojos verdes que te mira fijamente desde el más allá, atrayéndote sin remedio.

Es por ello que, a pesar de que no tuviese la oportunidad de conocerle —murió seis años antes de que yo naciese—, le considero un buen amigo, y siento su pérdida profundamente. Porque a través de sus poemas y vivencias, de las confesiones en su diario, de Bernardo Vorace, el personaje de su novela, te hace partícipe y cómplice de su extraordinaria existencia, y gracias a eso le coges cariño y estableces con él lazos y vínculos de afecto tan fuertes e íntimos que trascienden la propia muerte. Supongo que esto explica por qué cada vez que voy a Tenerife y tengo tiempo, aprovecho para visitar su tumba en el cementerio. Porque es como ir a ver a un viejo amigo. Incluso he llevado allí, ejerciendo de cicerone, a unos cuantos elegidos de entre mis más allegados amigos, también admiradores de su obra, y le hemos dejado como ofrendas flores, fragmentos de poemas o una púa para que continúe tocando su guitarra eléctrica, porque la música era lo que más amaba Félix Francisco Casanova, por encima de cualquier otra cosa.

    

EN LA TUMBA DEL MENCEY DE LOS POETAS

(Félix Francisco Casanova. Cementerio de Santa Lastenia)

Última parada en Tenerife:

dos rosas azules y un minuto de silencio,

para reencontrarme y despedirme

de mi amore poético.

02-11-2015    

Así que, en definitiva, poco importan las décadas o los siglos que transcurran, porque las palabras de Félix no envejecen, y aunque lleve cuarenta años muerto, a día de hoy está más vivo que nunca.

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