Un camión y varios obreros aterrizan un día junto a un solar. De pronto, comienzan a hacer pequeños agujeros sobre la carretera, junto al bordillo, para colocar postes. Es sólo el primer paso. En unas horas, las primeras vallas ya ...
Un camión y varios obreros aterrizan un día junto a un solar. De pronto, comienzan a hacer pequeños agujeros sobre la carretera, junto al bordillo, para colocar postes. Es sólo el primer paso. En unas horas, las primeras vallas ya está colocadas y parte de la acera que rodea al solar ha "desaparecido". Los coches se adaptan al nuevo escenario y empiezan a aparcar junto a un vallado que va creciendo, y los peatones se resignan a no utilizar más esa acera. Una nueva obra, al parecer para construir viviendas residenciales, está dando sus primeros pasos, aunque no cuente con licencia para ello.
Cuando uno de los laterales del terreno ya está completamente vallado, desde el Ayuntamiento aún no han detectado que se han iniciado estos trabajos, pero al ser consultados, confirman que en esa zona no se ha concedido ninguna licencia de construcción. La única duda es si pudieran tener permiso para vallar aunque, en cualquier caso, eso no les permitiría invadir la calzada. Los trámites para ordenar el precinto de la zona están en marcha. Un policía se acerca hasta el lugar y habla con los obreros, pero los trabajos continúan. Aún no se ha podido confirmar si la obra tiene o no permiso de vallado.
Pasa un día, dos, tres y hasta una semana. Finalmente, la concejal de Urbanismo confirma que está todo a punto y que el Ayuntamiento ordenará que la obra se detenga. Han pasado ocho días, en los que se ha agujereado la calzada, se ha completado el vallado y se han hecho varios movimientos de tierra en el interior. Y ni hablar de lo que se hubiera podido hacer si el Ayuntamiento no recibe el aviso, y tiene que detectar la obra con sus propios medios. Así se está escribiendo la historia y el paisaje de Lanzarote.
En su día sucedía con pequeñas viviendas que de pronto surgían conformando un pequeño pueblo, en muchos casos junto al mar, y que con el tiempo fueron consolidándose y ganando derechos adquiridos. Pero lo increíble es que décadas después, con lo que se ha ganado en leyes y conciencia ambiental, esto siga sucediendo. Ha seguido sucediendo con grandes hoteles, y sucede también con edificios de viviendas y hasta, supuestamente, con grandes centros comerciales. Y es que al margen de las suspicacias que despierta la política urbanística de los ayuntamientos, sobre todo cuando toda España parece estar invadida por casos de corrupción, lo cierto es que también los empresarios y particulares están sabiendo aprovechar al máximo los vacíos legales y la lentitud de los procesos de control y sanción. Cada vez son más los que aprenden a jugar en este escenario, y buscan la política de hechos consumados.
Algunos, como sucedió recientemente en Arrecife, incluso continúan adelante con la obra incluso aunque ésta haya sido precintada, y ahí sacan partido una vez más de la lentitud de los trámites, porque hasta que se detectó la violación del precinto y la Policía Local acudió a la zona, ganaron unos cuantos días más de trabajo, y poco a poco la obra va creciendo. Y aunque no sea así, la sociedad lanzaroteña ya sufre las consecuencias. Porque si el exceso de cemento puede deteriorar el paisaje, casi lo deteriora aún más tener un rosario de obras paralizadas, con precintos y llenas de escombros. Y es que por más que suponga una satisfacción para todos que se detenga una obra ilegal y que se aplique la ley, si la aplicación no es inmediata, parte del daño ya está hecho, porque casi peor que un edificio o un hotel construido, es uno a medio construir.
En el caso que citábamos al principio, finalmente no se precintó la obra porque el empresario se comprometió a parar los trabajos y a deshacer todo lo hecho hasta ahora (esperemos que también a rellenar los agujeros que han excavado en la acera para realizar el vallado), aunque para eso parece que no tenían tanta prisa como para construir, porque hasta el cierre de esta edición no habían retirado una sola valla. Y como éste, se producen cientos de casos al año en todos los municipios de la isla, y lo peor es que terminan convirtiéndose en un modelo imitados por otros. Por empresarios y también por vecinos que, viendo por ejemplo cómo un hotel se levanta metido en el mar, deciden agregar un murito a su vivienda, aunque no tengan permiso para ello. Y ése es el círculo que hay que romper cuanto antes, porque ni grandes ni pequeños pueden convertir la isla en la ley de la selva, ni las instituciones se pueden dar el lujo de no tener medios suficientes para combatirlo.