Desde que en el planeta Tierra hubo dos seres humanos la historia de la humanidad es la de la lucha por el poder. Aunque el objetivo sigue igual, los métodos han ido cambiando desde la primigenia fuerza bruta, hasta las más sofisticadas técnicas de propaganda actuales.
Cuando hace aproximadamente un siglo, el presidente norteamericano Woodrow Wilson, que había sido elegido presentándose con un programa pacifista y de no participación en la I Guerra Mundial, cambió sus planes hacia un sentido intervencionista, se acordó preparar a la opinión pública, para que aceptara el nuevo proyecto, con la creación de un equipo de propaganda ad hoc. Funcionó tan bien, que en poco tiempo se logró que la gran mayoría asumiera que era conveniente la entrada en guerra. Seguro que todos hemos visto películas, en las que los jóvenes estadounidenses corren ilusionados a las oficinas de reclutamiento, con paredes decoradas con el mítico cartel del Tío Sam señalando con el dedo y el slogan "I want you". A partir de ahí muchos países y grupos de poder siguieron el ejemplo y lo fueron perfeccionando.
Hoy la moda es las "fake news", la "posverdad", o dicho en román paladino, la repetición continuada de mentiras que no necesiten de reflexión para ser aceptadas como verdades, sino de emotividad o vísceras. (A la elección de Trump o al referéndum del brexit me remito como pruebas palpables). El monotema actual de Cataluña en los medios es también fiel ejemplo de ello. Más que hablar de todas las mentiras que se producen, acabaríamos antes señalando las verdades, que supongo alguna habrá. La propaganda ha logrado que gente progresista, e incluso de izquierda, vea con buenos ojos una ideología, tan reaccionaria actualmente, como el nacionalismo separatista catalán. (Me refiero a la gente de a pie, porque los partidos pueden utilizar las diferentes opciones sólo con afán electoralista).
Así todos los grupos de poder, especialmente el económico, pero también los religiosos, partidos políticos, medios de comunicación, ideologías, intereses comerciales (publicidad), etc., sólo pretenden tener fanáticos seguidores que asuman sus consignas sin la más mínima reflexión y se conviertan en sus entusiastas defensores o en consumistas desaforados. Incluso hoy hay que tener mucho cuidado con Internet, porque lo que podría ser un medio de liberación, se está convirtiendo en el mayor espacio de control y manipulación del ser humano, algo así como el Gran Hermano de la novela de Orwell "1984".
Ante este panorama, y teniendo en cuenta que el señor Puigdemont sigue dubitativo, yo me voy a adelantar y proclamo mi declaración de independencia unilateral. No me independizo de ningún ente territorial, sino de toda esta telaraña que nos atrapa y nos convierte en esclavos consentidores.
Reconozco la dificultad, no porque me vayan a aplicar el famoso 155, sino por el esfuerzo que requiere y porque no tengo más asidero que el ejercicio y perfeccionamiento de mi pensamiento crítico. Este debería obtenerse en la etapa educativa pero, por desgracia, lo más que puede lograrse en ella, es que no te quiten el que ya tengas por inteligencia natural.
Para ejercerlo hay que añadirle unas buenas dosis de cultura y conocimientos. Sin la primera no podemos tener capacidad crítica. Nuestras leyes educativas cada vez suprimen más las materias humanísticas, porque a ningún poder le interesa la gente culta, puesto que es la más difícil de engañar. Maquiavelo ya decía hace cinco siglos que el ignorante es esclavo del que sabe. Los segundos son imprescindibles para poder opinar y tomar decisiones sobre determinados temas. No todos pertenecemos a la moderna especie del "homus tertulianus" que se caracteriza por tener la capacidad de saber y opinar de todo. (Ojalá tuviéramos una Universidad Popular que formara a la gente, durante toda su vida, por el simple hecho de adquirir cultura, y no por motivos solamente economicistas).
En definitiva, si de verdad queremos ser independientes, porque el dominio y las desigualdades continúan, sólo conozco el camino de la reflexión y la cultura para lograrlo. Leer y pensar/pensar y leer, son los dos verbos más revolucionarios que conozco.
Por Diego Arrebola Gómez