Hace cien años Benito Pérez Armas escribió sobre Lanzarote:
"Quien no haya visto aquel inmenso páramo de lava salvaje, feroz, truculenta, no puede tener idea de los horrores de un paisaje donde todo es de color de ala de cuervo y jamás ha nacido una flor... Al encontrarse frente a tal panorama se crispan los nervios como ante los bordes de un abismo. Aquello es la Naturaleza muerta y vestida de luto. El que tenga corazón de artista pasa por aquellos lugares, silencioso, triste y poseído de ese respeto medroso que se experimenta en presencia de un ataúd cubierto de fúnebres crespones."
Benito había nacido en la Yaiza de 1871, y no es que no quisiera su isla. Pero no la veía, ni él ni sus contemporáneos, como hoy la vemos nosotros. Tuvieron que pasar algunas décadas para que una generación singular de artistas e intelectuales, con César Manrique como principal referente, transformara "los horrores de aquel paisaje" en genuina belleza, digna de orgullo y verdadero aprecio.
La magia de lo que hicieron no consistió tanto en los cambios que acometieron sobre el terreno, como en los cambios que introdujeron en las mentes de las gentes.
Ellos miraron Lanzarote de otra manera, y nos enseñaron a los demás a mirarla de igual forma. Lo que hasta entonces había sido una isla pobre, seca y carente de atractivos, naturaleza muerta y triste, apenas digna de visita y de la que quien podía huía en cuanto se presentaba ocasión, pasó a ser otra cosa, de la noche a la mañana.
Supieron ver el potencial de lo que aquí había y a través de ellos Lanzarote se transformó, sin dejar de ser lo que siempre había sido. Nos dijeron: esto no es muerte, esto es vida; Esto no es triste, es alegre; Esto no es horroroso, es extraordinariamente bello. Nos lo dijeron y nos lo demostraron. Y nos lo creímos. Y lo supimos.
Ahora miren Arrecife. Cuando yo paseo por Arrecife no dejo de pensar en esto que les he contado. Hemos crecido y vivido aquí bajo el convencimiento de que Arrecife es una ciudad fea. Un lugar descuidado y caótico que procuramos esconder a nuestros visitantes.
¿Pero qué pasaría si alguien nos convenciera de que Arrecife es mucho más? ¿Qué pasaría si nos mostraran todo el potencial de este lugar? ¿Qué pasaría si miráramos la capital no tal como es ahora, sino tal y como podría ser? ¿Qué pasaría si apreciáramos lo que hoy despreciamos y en cada uno de sus rincones, hoy abandonados y arruinados, imagináramos la belleza que hay tras el descuido?
Como hicieron hace mucho con Lanzarote, no se trata tanto de cambiar el lugar, como de cambiar la mirada de quienes lo vivimos. El día que visualicemos la Arrecife que ya está ahí, bajo el desorden y la suciedad, ese día Arrecife será otra cosa, incluso antes de que cambiemos un solo elemento sobre el terreno.
Por Fernando Marcet Manrique