En el Consejo Europeo celebrado el pasado mes de junio volvieron a plasmarse las buenas intenciones de los jefes de Estado para activar aquellos ejes en los que se debe incidir para que haya un antes y un después en la gestión de la crisis y, sobre todo, aquellas políticas que devuelvan la esperanza a sus víctimas, es decir, a quienes se han quedado sin empleo, los que han perdido su vivienda o aquellos que han visto perecer sus esperanzas de recuperar sus anteriores vidas.
Sin embargo, ninguna de las conclusiones del Consejo es nueva. Es más de lo mismo. Es una repetición de los buenos deseos que, en cada cita de los jefes de Estado, se repiten como un mantra que, lamentablemente, tardan en concretarse en soluciones reales. Lo más significativo es que el Consejo reconozca que sigue intentando, sin éxito, en encontrar la llave que ponga fin al divorcio que hoy existe entre los ciudadanos y las instituciones europeas.
Y lo hace con una declaración de intenciones que dista mucho de las directrices de su política de austeridad severa, especialmente con los países del Sur de Europa. ¿Habrá un giro de la mano de Junker que, durante su etapa de ocho años al frente del Eurogrupo, fue uno de los principales impulsores de los durísimos rescates impuestos a países como Grecia y Portugal y un defensor de la austeridad? ¿Acatará la decisión del Consejo de que haya una mayor flexibilidad a la hora de aplicar la austeridad fiscal para impulsar el crecimiento? ¿O trazará una línea que se alargará en el horizonte y nos obligará a realizar nuevos ajustes, como los que el Gobierno de España se ha comprometido a efectuar en 2015?.
¿En qué consiste realmente el eslogan del último Consejo, en el que se asegura que, en este nuevo ciclo legislativo, se apostará por una Unión de empleo, crecimiento y solidaridad? ¿En qué plazo se concretarán dichos desafíos? ¿Cuándo se prevé activar las inversiones y cómo se articulará la creación de empleo?
Nos aseguran que la Unión debe ser más fuerte hacia fuera y más solidaria dentro. Obviando la extrema debilidad de la política exterior europea, cuya capacidad para incidir en los contenciosos internacionales es una quimera, me centraré en la parte interna. Nos prometen que todos los Estados miembros tienen que garantizar unas redes de protección social eficientes, justas y preparadas para el futuro. ¿Cómo piensa España garantizar dichas redes si las previsiones que ha remitido a Bruselas para el próximo año van en el sentido contrario?
Y, sobre todo, ¿cómo piensa cumplir nuestro país el compromiso fijado en el Consejo Europeo para afrontar el cambio climático cuando su apuesta es seguir abriendo puertas a las energías más sucias y contaminantes en sus espacios marinos más ricos en diversidad?. ¿Puso España sobre la mesa que su proyecto para luchar contra el cambio climático es dar luz verde a que las plataformas petrolíferas formen parte del paisaje de la costa canaria, valenciana y balear?
Y un clásico en las mayorías de las reuniones de jefes de Estado: la inmigración. ¿Van a permitir España que sus socios comunitarios persistan en su injustificada huida hacia delante, eludiendo fijar una política común que vaya más allá de los parches que aplica de manera precipitada cada vez que su papel queda en entredicho en las tragedias mortales?
En materia de política exterior han vuelto a poner en lo alto de la agenda que la Unión debe ser un socio fuerte respecto a nuestros vecinos, entre ellos África, mediante la promoción de la estabilidad, la prosperidad y la democracia. Ante la ausencia de políticas concretas por parte de España esperamos que, en este nuevo ciclo, sí exista un compromiso real por parte de Europa para apoyarse en una de sus principales plataformas para potenciar el comercio y la cooperación con África. Me refiero a Canarias. Un Archipiélago que cuenta con potencialidades que sí son tenidas en cuenta, por ejemplo, por la Cámara de Comercio de Estados Unidos, pero que, inexplicablemente, son obviadas por Europa.
En definitiva, nada nuevo en el primer encuentro de jefes de Estados tras las elecciones europeas. Y eso, pese al avance de los populistas y aquellas fuerzas que reman en contra de la propia Unión. No es fruto de la casualidad que socialistas y populares, los mismos que se reparten los cargos del Parlamento, la Comisión y el Consejo, hayan perdido peso en la Cámara europea. Es la consecuencia de la desconfianza de los ciudadanos en quienes han sepultado aquellas políticas que permitieron a los europeos trabajar en condiciones dignas y poder crecer de manera equilibrada, sin la fractura social y geográfica que ha vuelto a reabrirse entre el Norte y el Sur.
¿Cuándo se va a enterar el Consejo Europeo de que no puede seguir adelante con su actual política? Necesitamos pasar de los buenos deseos a una acción rápida para favorecer la creación de empleo, la mejora de las condiciones laborales y la supervivencia de los servicios públicos. En caso contrario, la respuesta será más desafección y más argumentos para aquellos que acechan para poner fin al proyecto europeo.
Estas son algunas de las reflexiones que, como nacionalista canaria, plantearé el miércoles al presidente del Gobierno en el debate que se celebrará en el Congreso sobre la última cumbre europea.
Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria