Su muerte ha conseguido que sea más visible que nunca. Esa mujer que deambulaba desde hace años por Arrecife, que extendía su mano buscando una moneda, muchas veces sin articular palabra, ha conseguido por una vez convertirse ...
Su muerte ha conseguido que sea más visible que nunca. Esa mujer que deambulaba desde hace años por Arrecife, que extendía su mano buscando una moneda, muchas veces sin articular palabra, ha conseguido por una vez convertirse en el centro de atención de toda una isla. Incluso en el Parlamento de Canarias ha sonado su nombre, y se ha guardado un minuto de silencio en su memoria. En recuerdo de Expedita.
Siendo realistas, muchos lanzaroteños se preguntaban cómo esa joven podía seguir cumpliendo años. Cómo su frágil cuerpo seguía aguantando una vida marcada por las drogas. Una vida que no era vida. Sin embargo, la brutalidad y la vileza de quienes le arrebataron su último aliento es algo que cuesta digerir.
Quizá los lanzaroteños estaban preparados para amanecer un día sabiendo que una sobredosis había causado un trágico desenlace, pero no para ver cómo ese rostro que formaba parte de la ciudad aparecía maniatado en el mar, después de haber sufrido la violencia del peor tipo de delicuente. Porque hasta en los asesinos hay escalas. Y peor aún que alguien que se deja llevar por un arrebato de ira, o incluso que un asaltante que llega a matar para conseguir perpetrar su robo, es aquel que goza con la maldad. Con el sufrimiento ajeno.
Sin duda, Expedita representaba el eslabón más débil de nuestra sociedad. Era vulnerable. Estaba a merced de la compasión, pero también de la crueldad. Y finalmente fue esta última la que se impuso con toda su dureza. Tanto que asusta imaginar que en la isla en la que vivimos, existen una o varias personas sueltas que son capaces de atar, golpear y terminar quitando la vida a una pobre chica que, probablemente, el mayor daño que hizo en su vida se lo hizo a sí misma.
Por eso, resulta imprescindible que se llegue hasta el fondo de este crimen. Esta muerte no puede quedar impune, y la sociedad lanzaroteña no puede quedar sin respuestas. Necesita saber que no se van a cruzar siquiera por la calle con personas que pueden disfrutar con el sufrimiento ajeno.
De momento, la investigación sigue su curso y esperemos que dé frutos. Esperemos que no suceda como con otros crímenes que han quedado sin resolver en esta isla. Incluso, que no suceda como con la muerte de Cathaysa, que era poco más que una niña cuando apareció muerta en el maletero de un coche. A aquella investigación, se le dio carpetazo alegando que no había sido una muerte violenta. Es decir, que no fue asesinada. Pero hasta la fecha, nadie ha explicado cómo llegó después de morir al maletero de un coche, donde su cuerpo se fue descomponiendo durante semanas, mientras su madre la buscaba desesperadamente. Nadie ha respondido por la vileza de esconder de esa forma un cadaver sin darle siquiera derecho a un entierro digno. Tratándole como si no mereciera más.
Ahora, cuando sí hay un crimen sobre la mesa, los cuerpos de seguridad y la Justicia tienen aún menos excusas para no dar a este caso máxima prioridad. La misma que se daría a una chica fallecida en un barrio residencial acomodado de la isla.
Pero además, la muerte de Expedita también debe servir de reflexión para todos. Evidentemente, no es fácil ayudar a quien no quiere dejar que le ayuden, pero tampoco puede resultar imposible evitar que una persona que ha sido arrastrada por las drogas continúe en esa espiral. Expedita tenía familia y su hermana llevaba mucho tiempo luchando para que se declarara su incapacidad y pudiera obligársele a ser ingresada para somenterse a un tratamiento de desintoxicación. Pero la burocracia ganó la batalla a la vida. Ahora, los trámites que se habían iniciado son solo papel mojado, aunque al menos deberían servir para que todos los estamentos implicados hicieran un examen de conciencia.
Y este examen debería también hacerse extensible a todos los demás. A los que jamás se les hubiera ocurrido emplear la violencia con ella. A los que quizá no tenían en su mano sacarla de ese pozo pero, sin embargo, tampoco se plantearon nunca si podían hacer algo. Ni siquiera si, al menos, una simple sonrisa o un "buenos días" amable podía haber hecho más alegre un segundo de su vida.