Imágenes distorsionadas

25 de noviembre de 2017 (18:15 CET)

Las leyes electorales son cartas marcadas con las que los grupos que las elaboran pretenden ganar la partida utilizando ventajas que, entre comillas, calificaremos de legales. Bastante gente, llevada por su buena fe o por desconocimiento, cree que todos los votos valen igual. Si hay una regla común a todas estas normas es que esta suposición es completamente falsa. Es curioso que uno de los actos democráticos por excelencia, votar, sea uno de los más desiguales. Podría escribirse un libro, mucho más gordo que el de Petete, con ejemplos para confirmarlo; desde casos con millones de votos inútiles, hasta ocasiones en que el ganador no es el que queda el primero en sufragios. Acotaré mi campo refiriéndome sólo al caso español.

La que atañe al Congreso está pensada para mantener el bipartidismo. Prima al partido ganador y menos al segundo, el resto se perjudica en proporción creciente según más atrás vaya quedando. (Que se lo pregunten a IU). También beneficia a las provincias menos pobladas (de voto conservador favorable a UCD en la época de su elaboración) en detrimento de las otras. La del Senado es distinta y de calidad democrática muy inferior. Favorece enormemente al partido más votado, que no necesita un porcentaje alto de sufragios para obtener así la mayoría absoluta; un poco al segundo y el resto apenas alcanza representación testimonial. El Senado siempre ha sido coto reservado a PP y PSOE. Algunos la consideran una cámara inútil. Yo me lo pensaría mejor al hacer esta afirmación. Es cierto que se pudo concebir como cementerio de elefantes pero, ¡cuidado!, también es un ejército en la reserva preparado para actuar si el Congreso falla. Véanse, por ejemplo, las atribuciones que tiene en temas de gran calado como la reforma de la Constitución.

Es muy conocido el hecho de que en la última legislatura catalana los independentistas tenían menos votos que el resto, pero más escaños. Este desajuste es debido a que la provincia con más tradición de voto a partidos nacionales, Barcelona, está castigada con menos diputados de los que les corresponderían por población, mientras que las de voto más autonomista o independentista, el resto, están premiadas. Además, para que la ley sea difícil de cambiar está blindada con la necesidad de tener mayoría de dos tercios para modificarla. ¿Hubiera sucedido todo lo relacionado con el procés si esta norma fuera más proporcional?

(Entre paréntesis mencionaré otro hecho curioso relacionado con esto último. Cataluña tiene una ley que permite cobrar sueldos vitalicios sustanciosos, junto con otras prerrogativas, a los ex-presidentes que así lo soliciten. Para revocarla también se necesita mayoría de dos tercios. Para declarar la DUI con mayoría simple era suficiente. ¡Congruencia pura!).

Así pues, si utilizamos la metáfora de que los parlamentos fueran imágenes del electorado, nos encontraríamos con que todas serían como esas galerías de espejos curvos que van jugando con los tamaños y los desfiguran enormemente. Si queremos ser más modernos, diremos que el photoshop, o cualquier otro programa de retoque de imagen, se ha empleado a fondo.

Pero si hay un parlamento donde realidad e imagen están irreconocibles es el canario. No lo digo yo, lo dicen los baremos de clasificación de estas leyes por su calidad democrática y que nos colocan en los puestos de cola. Podríamos escribir también otro libro, tamaño de "El Don apacible" (aprovechando que se celebra el centenario de la I Guerra Mundial y la Revolución Rusa) con sus incongruencias. Sería un tratado eminentemente marxista (de Groucho, claro está; no de Karl). La barrera insular, 30%, es la más alta del mundo. No se la salta ni Serguéi Bubka en sus mejores tiempos. La siguiente creo que es la de Turquía, 10%, ideada para que no entren los kurdos en el parlamento. Aquí fue una cacicada para vetar a los partidos insularistas. Se desperdician miles de votos, cientos de miles a veces. En cada isla el voto tiene un valor distinto. Uno de El Hierro puede valer casi 20 veces más que otro de Tenerife. No coincide el lugar ocupado en sufragios con el correspondiente a escaños. Con un 0,27% del electorado obtienes 2 diputados y con el 5´84 ninguno. ¡Para qué seguir! No creo que sea un panorama para sentirnos orgullosos. No fue ideado, ni modificado, con objetivos de justicia e igualdad; pesó en su confección mucho la historia, los desagravios pasados y los intereses concretos de partidos, especialmente de CC y PP.

Últimamente he leído artículos referentes a su modificación. Todos estaremos de acuerdo en que es necesaria, ya que es casi imposible empeorarla. Mucho me temo que volveremos a las andadas y su parto será una lucha encarnizada, porque como dije al inicio, todos querrán que las normas del juego le favorezcan y primarán los intereses a los principios. A mí, que sólo me va en el invento mi ideología, me gustaría que respondiera a valores de justicia e igualdad, valoración de la persona por encima del territorio, respeto a las minorías y no incremento de diputados, (la proporción habitantes-diputados es de las menores de España). En todo caso lo reduciría a número impar para que evitara empates.

Esto solo podría llevarse a cabo con circunscripción única y barrera cero. Sé que esta propuesta no va a ser defendida por ningún partido. Así que, como la verdad no existe, (ni existirá), pero sí debemos recorrer el camino para intentar encontrarla, en aras de ello modificaría mis pretensiones a admitir otras circunscripciones siempre y cuando se creara una más, no territorial, donde se repartieran los restos; o bien que hubiera dos urnas: una solo para la isla, que elegiría un diputado (máximo dos); la otra para la circunscripción única. Referente a las barreras me parece que un 3%, máximo un 5%, sería lo lógico para tener topes parecidos a las democracias europeas que los contemplan.

Todos los hechos tienen sus consecuencias. No se puede aprender a nadar sin mojarse. El pueblo canario no será un sólo pueblo, unido y solidario, si su quehacer diario son los enfrentamientos y el insularismo. La responsabilidad no podemos achacársela a la geografía. Está en la mente de algunos o muchos de nosotros, pero los encargados de legislar son las personas que ocupan un escaño en el parlamento. Ellas pueden empezar a dar ejemplo.

 

Por Diego Arrebola

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