En ocasiones, en mis reuniones con los padres y madres del alumnado, he comparado a la educación con una comida en la que, para que salga en su punto, es necesario que todos los elementos que intervienen en la misma sean idóneos. Siguiendo el símil hoy voy a hablar de la comida en sí, de lo que se da en la enseñanza obligatoria, es decir, del currículo.
Creo que comemos por tres motivos: supervivencia, salud (dieta idónea) y placer. Deberíamos en todas las ocasiones comer por los tres y en su defecto al menos por los dos primeros.
¿Pasa esto en la educación? En mi opinión no del todo y voy a explicarlo. Pedir que la enseñanza sea divertida es complicado, por no decir imposible, ya que supone un trabajo y un esfuerzo. De todas maneras se puede hacer entretenida o por lo menos llevadera y que no parezca un castigo. El segundo motivo es imprescindible, ha de ser saludable, es decir, útil. ¿Lo es? Toda no, porque hay una parte que es inútil, obsoleta y a veces aburre a las ovejas.
En general el currículo tiene para mí un defecto: que es muy academicista. Es decir, se estructura en materias y se dan muchos temas que sólo tienen su razón de ser dentro de ese mundo cerrado. Para la vida en general no suelen servir. ¿Cómo darnos cuenta de ello? Muy sencillo. El primer aviso nos lo da el alumno con su desinterés general, su cara de aburrimiento y a veces con la consabida pregunta: maestro, ¿para qué damos esto? Para responder a la misma yo obligaría a todos los diseñadores de currículos a elaborar un manual para el profesor, al que eche mano cuando esto sucede, donde se explique el por qué y el para qué, para los que no tengan argumentos razonables que los eliminen. El alumno no es tonto y no suele preguntar cuando atisba algo de utilidad. Para responder solo podemos echar mano de los consabidos argumentos: para pasar el examen, porque lo exige la ley, porque lo vas a dar en niveles superiores y te van a pedir que lo sepas. Cuando estamos ya en secundaria los efectos colaterales son mayores, pues puede crecer el desinterés y llegar a romperse el clima para impartir adecuadamente la clase. Estos últimos casos es lo que llamo el currículo de supervivencia. (Para poner un solo ejemplo personal diré que a mí me ha pasado con frecuencia en lengua (5º y 6º) con el tema de los complementos del verbo).
¿Qué hacer? Lógicamente cambiar el currículo de supervivencia por otro útil y actual. En primer lugar hay que dar otro enfoque, centrado no en materias, sino en el ser humano como persona que pretende vivir cada vez mejor y más feliz. Lo básico para mí de la enseñanza obligatoria es enseñar a reflexionar, a potenciar la creatividad y a expresarla y a alcanzar el máximo grado de autonomía personal que nos permita insertarnos en este mundo para entenderlo y aceptarlo o transformarlo.
Concluyo con un ejemplo. Cuando llevamos tiempo sin vernos nos preguntamos siempre por la salud. Aparte de ser una costumbre, en ello va implícito el hecho de que estar sanos lo tenemos en gran estima para ser felices. Pues siguiendo el razonamiento pongo a la educación para la salud física, mental y social, como elemento básico del currículo. Daríamos primeros auxilios, educación nutricional, dietas, educación sexual, remedios caseros, ejercicio adecuado… (Se imaginan el ahorro para la sanidad). Esto en el aspecto físico, pero que me dicen del mental. ¿Se da algo de control de emociones y sentimientos? Tiene el alumno pautas para temas tan actuales como superar la separación de parejas de la forma menos traumática posible, o enfrentarse a situaciones dramáticas futuras, de enfermedad, catástrofes, pérdida de trabajo o de un ser querido. Tienen los adolescentes idea de cómo enfrentarse a los problemas típicos de su edad. ¿Y qué decir de las habilidades sociales? Vivimos separados por una pared y no nos conocemos, la familia camina a una reducción drástica y habrá que pensar en otros grupos de convivencia. ¿Estamos preparados para afrontar la soledad no deseada?
Yo pienso que lo que bosquejo mejoraría la situación aunque no puedo asegurarlo. Lo que sí aseguro es que más de lo mismo, y todavía peor, no va a solucionar nada. Lo mínimo que podemos hacer es pensar que hay que cambiar, pero de verdad, no de cosmética.
El próximo artículo reflexionaré sobre los cocineros y pinches.
(De la materia de Religión sólo apunto que para mí jamás tendría cabida en ningún currículo. Me niego a aceptar que nos definan con el adjetivo de racionales si la misma entra en un sistema educativo, a no ser que nos quitemos la careta de la hipocresía y digamos que se da por intereses concretos).