Opinión

El Islote del Francés, símbolo del Arrecife del Siglo XXI

Por Gloria Artiles La idea del grupo de gobierno de Arrecife de convertir el Islote del Francés en un lugar emblemático y único en el Mundo podría representar mucho más que un ambicioso proyecto para esa parte del litoral de Arrecife, un ...

Por Gloria Artiles
La idea del grupo de gobierno de Arrecife de convertir el Islote del Francés en un lugar emblemático y único en el Mundo podría representar mucho más que un ambicioso proyecto para esa parte del litoral de Arrecife, un ...

La idea del grupo de gobierno de Arrecife de convertir el Islote del Francés en un lugar emblemático y único en el Mundo podría representar mucho más que un ambicioso proyecto para esa parte del litoral de Arrecife, un paraje que ahora mismo, si se constituye en emblema o símbolo de algo, lo es precisamente de la inoperancia y dejadez de la clase política que ha venido gobernando en Lanzarote en los últimos años.

Resulta francamente incomprensible, por más que una intenta escudriñar qué ha pasado por la cabeza de los gestores públicos en todos estos años, que la zona conocida como las Naves de la Rocar, a pesar de ser en sí misma una genuina expresión en bruto de la Naturaleza, que nos regala de forma generosa uno de los espacios más bellos y con más posibilidades de toda la marina canaria, se haya terminando convirtiendo exactamente en todo lo contrario: un lugar desolado y abandonado, infértil y vacío de verdadero progreso.

Convertir el Islote del Francés en un paraje exclusivo y singular, foco de atracción turística mundial gracias a la intervención arquitectónica de alguna primerísima figura de reconocido prestigio internacional, representa un cambio de mentalidad sobre el enfoque de la futura ciudad de Arrecife de tal calado, que es posible que aún no se hayacomprendido en todo su alcance la magnitud y los beneficios que podría traer a Arrecife, y por ende, al resto de la Isla.

Para quienes han estado acostumbrados durante años, como los propios ciudadanos de Arrecife, a la política del inmovilismo y la ausencia de avance para la ciudad, puede resultarles difícil creer que Arrecife no sólo pueda borrar de su fachada marina tal adefesio, sino que incluso el mismo sitio donde ahora solo hay ruinas puede llegar a convertirse en un lugar de referencia mundial. De hecho, casi ni se lo creía el mismo propietario del Islote el Francés cuando la semana pasada salía de la reunión donde el alcalde y el concejal de Urbanismo le propusieron la idea de encargar a un arquitecto de sobrada reputación internacional un edificio que además ganase en altura para no consumir territorio horizontal, dejando suelo para disfrute público. "He salido con la sensación de que esta vez no me van a pedir nada", dijo.

¿Se imaginan en la zona de la Rocar un edificio exclusivo de reconocida proyección fuera de nuestras fronteras, icono distintivo de Arrecife que prestigie sobremanera a la capital, de la misma forma que representa el Museo Guggenheim a la ciudad de Bilbao o la archiconocida Casa de la Ópera a Sidney? ¿Se imaginan que el autor de este edificio fuera uno los mejores arquitectos del mundo, como Santiago Calatrava, autor de la Ciudad de las Ciencias de Valencia, o Alejandro Zaera, autor del muelle sin retorno de Yokohama, o Frank Ghery, el mismo arquitecto que impulsó el célebre museo vasco? ¿O por qué no pensar para Arrecife también en Norman Foster, César Pelli, Zaha Hadid, o Rafael Moneo, por citar sólo algunos de los mejores cuyas obras maestras se diseminan a lo largo y ancho del mundo? En realidad, todo depende, no de lo que soñemos, sino de lo que creamos en qué es posible convertir Arrecife.

Pero además una intervención de esta envergadura, cuya inversión se calcula que podría rondar varios cientos de millones de euros de capital privado (solamente el valor del solar alcanza los 300 millones), significaría un impulso sin precedentes a la actividad económica de Arrecife, cuyos efectos se ampliarían más allá de la propia capital, salpicando los beneficios al resto de la isla. Además de lo que supondría en cuanto a generación de puestos de trabajo (el abc de la mejor política social de cualquier gobernante que se precie), se activaría una fuerte inyección de dinamismo económicoque se extendería atodos los sectores de la actividad productiva, (no sólo el sector de la construcción y derivados, sino taxistas, comerciantes, restauradores, hoteleros y todo el sector servicios). En definitiva, nadie duda de que redundaría en beneficio de la ciudad de Arrecife, y a mi juicio, en un aumento del bienestar y la calidad de vida de todos los arrecifeños.

Pero lo que ocurre con un proyecto de esta magnitud es que requiere dejar de lado la vanidad partidista, y al menos tomar la actitud de prestar atención al proyecto, aparcar la demagogia, abrir las expectativas, tener amplitud de miras, romper los límites e ir en busca del verdadero consenso, por encima de los propios intereses partidarios y/o sectoriales, y por pura responsabilidad, que es lo que hace falta hoy día.

Los políticos lo tienen difícil porque la población de Arrecife, sometida a una suerte de resignación a fuerza de no ver resultados, en el mejor de los casos sólo espera que la ciudad salga de su atraso histórico, que arreglen los barrios, que no se inunden las calles, más limpieza, más presencia policial y poco más. La verdad es que eso es absolutamente necesario, pero no suficiente.

Frente al continuismo, atrevámonos a creer en la política de la excelencia.¿Por qué no creer en las oportunidades que presenta Arrecife? Es el arte de la alquimia y de la transformación humana: si se actúa más allá de los propios intereses, pensando en el beneficio de todos, sorprendentemente el plomo se termina convirtiendo en un metal precioso. Estamos tan habituados a políticas mediocres que cuando alguien se sale de lo convencional, rompe los esquemas y actúa sin complejos, casi nos cuesta digerirlo. Nos han hecho creer que progreso, por un lado, y respeto al territorio y a la propia idiosincrasia lanzaroteña, por otro, son incompatibles. Y también nos han hecho creer que la iniciativa empresarial privada y el derecho al disfrute de lo público forman un tándem imposible que se repelen mutuamente como el agua y el aceite. Y eso, simple y llanamente, no es cierto. Las dos cosas pueden ser compatibles y no excluyentes. Sólo hay que tener mentalidad de estadista, mentalidad global para actuar a nivel local.

A estas alturas ya no tengo ninguna duda: en Lanzarote desencorsetarse de lo políticamente correcto es uno de loscaminos inevitables para el progreso de todos los habitantes de esta Isla, y no sólo para el progreso de unos pocos privilegiados que enfundados bajo la bandera ideológica de la progresía viven muy bien, ajenos al drama diario de muchas personas y familias que lo están pasando muy mal.