por VÍCTOR CORCOBA HERRERO
De todas las conjugaciones de los verbos, el futuro siempre ha sido el más expectante en los labios de hombres y mujeres. Hubo quien pensó que sólo pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños. En cualquier caso, ya desde la eternidad, familias, parentelas, tribus, clanes, naciones y pueblos, se han movido para conocer y prevenir su futuro. Hay una cuestión difícilmente cuestionable. El mundo que viene se construye a base de presentes y, por ello, serán vitales los pasos dados en el diario de la vida. En esa construcción hemos de estar como operarios en activo. Sin la colaboración y cooperación de todos, caemos en el caos. De entrada, pienso que necesitamos menos potencias que nos ninguneen y más organizaciones internacionales que nos aglutinen mediante la regeneradora escucha receptiva y recíproca, para que se produzca esa visión-comprensión necesaria para poder convivir unidos y vivir en armonía. Instituciones germinadas del consenso, han de poseer fuerza vinculante suficiente, para respetar y hacer cumplir los acuerdos y provisiones de las leyes humanitarias, las que protegen los derechos más básicos de la población.
Considero, no obstante, que debemos ser muy cautos a la hora de arriesgar previsiones de futuro, porque nuestra propia historia vivida nos sorprende en cualquier lugar y tiempo. Es cierto que la sociedad tiene un elemento cambiante en continuo movimiento, pero todavía no estamos en condición de prever qué implicarán esos cambios propiciados en parte por los flujos migratorios, que nos traen otras culturas y otros cultivos. En esta dirección, creo que no hay que tener miedo a los debates, a propuestas de fondo, a plantear los interrogantes sobre ese amor que ha decrecido, a interrogarse sobre la libertad que ha sido encarcelada o sobre esa justicia que ha olvidado su innato fundamento, el de hacer justicia. Todavía, y tal vez más que ayer, nos hace falta ese manual de instrucciones para conseguir que la felicidad tome nuestro cuerpo y anide en nuestra alma.
Volviendo los ojos a la actualidad, uno observa que, en los últimos tiempos, nuestras capacidades morales caminan tan desproporcionadas con las facultades de poder hacer, que la destrucción ha tomado posiciones hasta volverse una auténtica enfermedad. El caso del policía que mató a su ex novia es bien patente. Resultó ser un representante y profundo conocedor de la Ley Integral contra la Violencia Doméstica. Sin embargo, él no hizo caso y tomó una cruel actitud. Es el efecto de la grave crisis moral que padecemos. La conciencia ha sido reemplazada por una sensibilidad con molde falso. Por desgracia, hoy el poder está contra la cultura que ayuda a vivir, no le interesa la cultura de la vida, juega con la cultura inmoral. Por citar otro ejemplo de reciente fecha, ahí está la red de pervertidos "on line" que campea a sus anchas. Realizado un rastreo caen como cucarachas en la ratonera. Son una plaga. Ciertamente, cuando no se tiene en cuenta la ley moral objetiva, poco importa lo demás. Cuando se prescinde de los criterios éticos, llegando a escindir el terreno de los valores humanos, hay que temer cualquier desgracia. Una sociedad que se precie de estar sana ha de actuar con contundencia ante hechos de violencia, pederastia o cualquier otro hecho macabro. De ninguna manera puede tolerar estas desviaciones propias de animales.
La memoria vigilante del pasado, que siempre será el mejor profeta del futuro, debiera ponernos en el camino de la concordia. El futuro puede ser expectante, pero la vida vivida cuando bebe de la moral ayuda a vivir en mejores coordinadas. Las grandes preocupaciones actuales ahí están. Aún no sabemos si la inmigración será un problema o una solución a nuestras vidas. Si elmulticulturalismo será capaz de integrarse sin desintegrarnos. Si la brecha de la desigualdad y el consumo por el consumo, el nacionalismo y la globalización, serán asuntos de difícil resolución. En cualquier caso, nadie pone ya en duda que caminamos hacia una nueva identidad, con un nuevo modelo de estructura social. Lo que sería absurdo es olvidarse de los valores morales que el ser humano lleva consigo, como una auténtica sombra que le da cobijo y orientación. Y es que el hombre, bien orientado, siembra la paz a su alrededor; es pacífico y, a la vez, pacificador. Gentes de paz es lo que necesitamos. Su grandeza está en relación directa a la evidencia de su fuerza moral. La que tanta falta nos hace para caminar.
En este sentido, los más de dos millares de participantes en el Foro Económico Mundial de Davos, nos dan una buena nueva, o lo que es lo mismo, una esperanzadora noticia. Se van con ideas claras -dicen- sobre cómo aplicar la creatividad a la solución de problemas globales y con el cometido de reflexionar sobre los valores que han de mover el mundo. No faltaron sesiones (con bastante éxito de público, por cierto) para profundizar en asuntos tan sugerentes como qué es la felicidad, cómo mantener una relación estable toda la vida, la moral en la economía o la tarea educativa de los padres. Al fin y al cabo, se dice que el futuro pende del aliento de los niños que van a la escuela. Por si acaso alguien quiere doctorarse en honestidad, decencia y rectitud, recuerdo que Aristóteles nos legó este entrenamiento nada despreciable: "La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Creo que no es mal entrenador la moral para encauzar el instinto y la cancha del amor para entrenarse. Me apunto a este entrenamiento. Yo el primero.