Últimamente no hago más que escuchar nombrar al famoso Tea Party. Y al hilo de la derrota humillante que le ha proporcionado al que parecía todopoderoso Obama, todavía lo escucho mucho más. Últimamente parece que incluso ...
Últimamente no hago más que escuchar nombrar al famoso Tea Party. Y al hilo de la derrota humillante que le ha proporcionado al que parecía todopoderoso Obama, todavía lo escucho mucho más. Últimamente parece que incluso hay quien postula la idea de traer ese modelo a España. Siempre he mantenido la opinión que las cosas que nacen y fructifican en un lugar lo son gracias a que conectan con la forma de ser de los ciudadanos de ese sitio. Por esa misma razón el comunismo tal y como se conoció en la antigua Unión Soviética era imposible de trasladar a la selva boliviana, el fascismo italiano a Japón o la democracia británica a Afganistán. Así pues, para quienes atesoran la idea de traer a España un Tea Party a imagen y semejanza del americano, huelga decirles que en mi opinión pierden el tiempo.
Si alguien quiere hacer el experimento por lo primero que podría comenzar es por plantearse adaptarlo a la singularidad de los españoles, los cuales por cierto, seguimos siendo muy diferentes. Aquí en lugar de traer el Tea Party tendrían que pensarse en instalar el Cañas Party, porque el Carajillo Party va a sonar a madrugar con cazalla y el Calimocho Party a chavales con pañuelo rojo anudado al cuello gritando ¡Viva San Fermín! Así que el nombre de Cañas Party yo creo que es el apropiado y entronca perfectamente con la tradición españolísima de arreglar el país en media hora con una caña en la mano, comiendo boquerones en vinagre y apoyando el codo en la barra.
Pero bromas aparte, para que un Cañas Party pueda pasar a ser algo serio, el principal problema es cómo hacer que la población, es decir la sociedad civil, admita que el futuro está en sus manos, que puede hacer que las cosas cambien y que para eso hay que implicarse. Y es que la principal característica del Tea Party no es su carácter político conservador, sino su sistema de movilización de una sociedad civil que ha decidido organizarse al margen de los partidos políticos. Esa es su novedad y su fuerza. Una característica que probablemente provoque dentro de poco el nacimiento de otro movimiento similar de corte ideológico contrario, y que puede llevarnos a que nos encontremos con un Tea Party socialdemócrata. Porque repito, lo importante de analizar en este asunto no es la heterogénea ideología que lo sustenta que ya era harto conocida antes el Tea Party, sino su sistema de organización, vertebración y conexión con la sociedad.
Muchos de los vectores que han hecho nacer y crecer el Tea Party no son extrapolables a España. Hay muchos más, pero podemos empezar por el hecho de que el ciudadano americano está habituado a pagar de su bolsillo las campañas electorales de los partidos a los que vota y a participar personalmente en las primarias, los caucus y los procesos electorales. Esto les conduce a implicarse mucho más en la vida política de su nación, y a ser mucho más exigentes con sus políticos. No es que el sistema americano sea una panacea y yo soy muy crítico con él, pero hay que reconocer que es mucho más participativo, directo y democrático que el nuestro. De hecho su sistema reconoce la posibilidad de echar del cargo a un político aunque no quiera su partido, mientras aquí podemos gritar y patalear lo que queramos, que si al aparato del partido no le da la gana el señor en cuestión sigue en su puesto agarrado al sillón los años que tenga a bien su presidente.
La vertebración de la sociedad civil española, el debate político y la implicación en los asuntos de la Res Pública, son elementos absolutamente ignorados por los ciudadanos. Quitando casos excepcionales como la reciente concentración de Voces Contra el Terrorismo en Madrid, rara vez hay manifestaciones o actos públicos con chicha en el que no estén implicados los partidos o los sindicatos.Si a eso le sumamos la inexistencia de debate real sobre temas que afectan a nuestras vidas directamente como nuestro modelo fiscal, nuestro sistema económico o nuestra concepción de Estado, concluiremos que nuestra sociedad civil está bajo anestesia general. Un estado catatónico que sólo conduce al no hay libertad sin cadenas que cantaba Jarcha allá por los setenta. Así que si alguien se plantea hacer algo en España por implantar un Cañas Party, sea de la ideología que sea, hay que darle la bienvenida y le auguro un trabajo duro y penoso. Un trabajo que desde mi punto de vista es necesario y positivo para todos, antes de pasar al psiquiatra colectivo para hacernos mirar cómo es que nos dejamos gobernar por la que posiblemente sea la peor clase política de todos los países civilizados.
César Román es el portavoz de la Asociación Profesional de Directores de Recursos Humanos.