Desde hace unos meses, la atención mundial está centrada en las consecuencias que puede acarrear la pandemia de gripe A. Las autoridades sanitarias de todos los países, incluido el nuestro, están alerta y tienen listos todos ...
Desde hace unos meses, la atención mundial está centrada en las consecuencias que puede acarrear la pandemia de gripe A. Las autoridades sanitarias de todos los países, incluido el nuestro, están alerta y tienen listos todos los dispositivos para afrontar la situación, sobre todo ahora que llega el frío al hemisferio norte y, con él, el periodo de mayor actividad del virus.
No seré yo quien cuestione la febril actividad que esta enfermedad está generando, sobre todo en lo relativo al debate mediático y social que se está produciendo a su alrededor. Una pandemia de gripe, por mucho que los efectos de ésta estén siendo de momento bastante limitados, es un asunto muy serio y no están de más todos los esfuerzos que se lleven a cabo para garantizar la salud de la población.
Pero este debate no debe hacernos olvidar que hay otras muchas enfermedades que siguen afectando en nuestro mundo de hoy a millones de personas y que, por haberse convertido en algo crónico y habitual, apenas despiertan la misma atención. Es el caso de dolencias como la malaria, que sigue abrasando a buena parte del tercer mundo, o el sida o el cáncer, por poner tan sólo algunos ejemplos. Y es el caso también del Alzheimer, cuyo día mundial celebramos el 21 de septiembre, y que sigue causando mucho sufrimiento no sólo entre quienes lo padecen sino también entre sus familiares.
En España se estima que más de 800.000 personas tienen Alzheimer, siendo uno de los países con tasas más altas, y a nivel mundial podrían ser más de 26 millones, lo que sin duda convierte a esta dolencia en una pandemia sobre la que debemos actuar. Es verdad que, tristemente, el Alzheimer no tiene cura. Por lo menos a día de hoy. Pero los avances que se están produciendo en la investigación permiten albergar cierto optimismo acerca del día en el que se pueda encontrar un remedio eficaz. Y sin vacuna ni tratamiento curativo, lo que tenemos por delante es garantizar que el desarrollo de la enfermedad sea lo más limitado y lento posible, mejorando la calidad de vida de los enfermos, y que las personas que están a su lado encuentren todo el apoyo que necesitan a nivel institucional y social.
Para eso está concebido el Día Mundial, instaurado en 1994, para que por lo menos una vez al año todos recordemos que sigue habiendo muchas personas muy cerca de nosotros que necesitan de nuestra ayuda, de nuestra comprensión y de nuestro apoyo. Quien ha pasado por el trance de cuidar a un familiar con Alzheimer sabe lo dura que es esta tarea. Y es dura por las muchas horas de dedicación y por el impacto que genera tanto en la salud física como psíquica de quien la lleva a cabo, por no hablar de las implicaciones también en la vida familiar y social y en el terreno económico.
El Alzheimer es también una epidemia, como ha reconocido la propia OMS. Una epidemia que está causando estragos en nuestra sociedad desde hace ya muchos años y que, lamentablemente, los seguirá provocando cuando el virus de la gripe A vaya disipándose. El progresivo envejecimiento de la población, unido a malos hábitos de vida, como la mala alimentación o el sedentarismo, entre otros muchos, hace que las previsiones de crecimiento de la enfermedad sean preocupantes en los próximos años, llegándose a estimar que más de 100 millones de personas podrían verse afectadas por el Alzheimer en el año 2050. Es nuestra responsabilidad, tanto colectiva como individual, el seguir actuando con todas nuestras fuerzas en todos los ámbitos, desde la potenciación de la investigación hasta la mejora de las redes de asistencia, pasando por la comprensión, el respeto y el cariño hacia quienes tienen que convivir diariamente con este mal.
*Elisabeth Artiles,
Directora de las residencias de mayores Amma Tías y Amma Haría