La deuda pública puede convertirse en un lastre para la salida de la crisis ? como el mismo sector público. La deuda pública ha crecido y lo seguirá haciendo en los próximos años hasta niveles no vistos en los últimos siglos. ...
La deuda pública puede convertirse en un lastre para la salida de la crisis ? como el mismo sector público. La deuda pública ha crecido y lo seguirá haciendo en los próximos años hasta niveles no vistos en los últimos siglos. Mientras tanto, la mayor parte de autónomos, pequeñas y medianas empresas ven denegadas o canceladas sus solicitudes de crédito cuando son los más necesitados de financiación para lograr sobrevivir a la crisis y poder mantener empleo.
La caída de los ingresos por recaudación, el escaso margen para recortar gastos (elevado gasto estructural), la presión social de mantener servicios públicos esenciales (sanidad, educación y servicios sociales) y de mantener las inversiones productivas, y suicidio que supone subir impuestos en momentos de crisis (salvo el Gobierno de ZP que sí los sube) ha propiciado un aumento sin precedentes en la deuda pública. Para más despropósito, los gobiernos se están endeudando hasta los dientes en condiciones especialmente dolorosas para las arcas públicas ante el dilema que supone no poder financiar el déficit con deuda o préstamos. Por su parte, el sector bancario está comprando casi automáticamente la deuda pública que los diferentes gobiernos emiten de forma masiva para cubrir sus agujeros presupuestarios.
Las perspectivas no son nada halagüeñas. Cuando salgamos del túnel, los bancos centrales aumentarán los tipos de interés y retirarán todas las facilidades que están concediendo a la gran banca para que se financie de forma ilimitada y a bajo coste. Este aumento de los tipos propiciará un descenso de la demanda de deuda pública por parte de los inversores (al caer su rentabilidad con respecto a otros productos financieros), y un descenso en el precio de la deuda pública y por tanto de su valor. ¿Les suena? Es lo mismo que sucedió con las hipotecas o los edificios que tenían los bancos en su activo y que de la noche a la mañana pasaron a valer menos de la mitad. De continuar esta dinámica podríamos pasar de la crisis de las hipotecas basura a la crisis de la deuda basura. Si además, la crisis se alarga más de lo esperado, la banca se enfrentará a mayores tasas de morosidad y quiebras de empresas. La clave está en que los mercados no empiecen a desconfiar en la capacidad de los gobiernos para corregir los excesos. Si fuera así, la deuda pública empezará a parecer menos segura como activo, no solo a los banqueros sino a todo el mundo.
Conviene recordar que un nivel de deuda incontrolado supone menores recursos en los sucesivos años para otras áreas de gasto (empleo y servicios sociales), un mayor coste de financiación (un riesgo mayor de devolución), menor financiación para familias, autónomos y pequeñas y medianas empresas, y más impuestos en el futuro para poder devolverla junto con los intereses. La banca no es pública por lo que en algún momento puede que corte el grifo del crédito a los gobiernos, como ya lo ha hecho con el sector privado.
El progresivo deterioro de las finanzas públicas debe llegar a su fin por mera responsabilidad política. En mi opinión, la sociedad debe oponerse a una deuda incontrolada con la misma vehemencia que contra un recorte en la sanidad o la educación (por cierto inevitable), una subida de impuestos, el anuncio de unas prospecciones petrolíferas a pocos metros de nuestras islas, el empleo precario o unas declaraciones en contra del elevado absentismo laboral existente en el sector público. Basta ya de tanta hipocresía. Ciudadanos, sindicatos, empresarios y políticos deben ser responsables y demandar a los gestores públicos (sean o no de su partido) que se ajusten el cinturón al igual que todo padre de familia entre otras cosas para no crear una crisis de deuda basura ni hipotecar aún más el futuro de nuestros hijos.