Yo también creo que el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de los Deportes se ha pasado de frenada. Le ha concedido este galardón, como saben, a Fernando Alonso, piloto de Fórmula 1 y actualmente líder del mundial de esta disciplina deportiva. No creo que sea desatinado porque Alonso no es campeón en su modalidad deportiva o porque no se lo han dado previamente a Schumacher, ni tampoco me parece desatinado porque Alonso sea asturiano y se haya barrido para casa.
No, no creo en el desatino en ese sentido, pero lo cierto es que el premio me lo tendrían que haber dado a mí. Día a día, salgo a la calle con mi Volkswagen Golf, revisado una vez cada año así, por encima, en la Inspección Técnica de Vehículos, además de llevarlo al mecánico cuando se le estropea algo, y para cambiarle el aceite. A Alonso le montan y le desmontan el coche en cada carrera, desde la última a la primera pieza y viceversa, con lo que está el coche en revisión constante. Día a día recorro una media de 80 kilómetros, mientras que Alonso recorre en cada carrera unos 300, que no es mucho más que yo. En la carretera por la que circulo hay coches que van en los dos sentidos, con el riesgo que ello supone para mi integridad física, mientras que en la carretera por la que corre el premiado los coches van todos en el mismo sentido, quitándole gracia al asunto y restándole puntos al campeón al compararlo conmigo. Él lleva traje ignífugo por si tiene un percance con fuego de por medio, mientras que yo llevo el teléfono móvil para llamar a los bomberos en caso de incendio, más que nada porque ellos saben qué hacer con las cenizas. Él, dicen, tiene siete cinturones de seguridad, mientras que yo llevo uno, solitario, que confío en que me funcione la próxima vez, porque la anterior ya parecía algo gastado. Si a él se le estropea una rueda, le avisan y cuatro mecánicos se la cambian en unos seis, siete segundos sin problemas, mientras que a mí me avisa el ruido de la llanta contra el asfalto y tengo que cambiarla yo solito, en unos diez o quince minutos, sin intervención de mecánico alguno por medio.
Cuando está flojo de carburante entra en el taller y le enchufan 100 litros en apenas diez segundos y nadie le pasa la factura correspondiente; yo, tras esperar cinco o diez minutos en cola, tardo unos pocos minutos más en llenar el tanque y, encima, tengo que pagar la gasolina a 75 céntimos el litro, siendo por cierto mucho peor que la consumida por el asturiano. Las pistas por las que él circula son amplias y bien asfaltadas, con zonas extensas alrededor por si se sale de ella; en mi caso, tienes unos 3 metros, con un arcén de 1 metro y algo, si es que existe, que además suele estar ocupado por ciclistas, que también tienen su derecho a circular. Por esas carreteras yo circulo a unos 90 o 100 kilómetros por hora, lo que sería el equivalente a 500 kilómetros por hora en las pistas por las que circula Alonso, pero él lo hace tan sólo, como mucho, a unos 350 kilómetros por hora.
No tengo nada contra Fernando Alonso, pero es que él, además, tiene pianos.
Abelardo Gómez Márquez