"No limites la libertad de las futuras generaciones más de lo que estarías dispuesto a aceptar tú por parte de las generaciones anteriores". Esta sentencia de Paul Preuss tendría que ser recordada diariamente para evitar que los errores y las indecisiones terminen hipotecando el presente y el futuro.
Las cosas tienen que cambiar. Y tenemos que hacerlo empezando por aparcar las diferencias y deshacernos de los temores que han impedido en España afrontar el reto que supone abrir las puertas a un nuevo e ilusionante escenario político a través de la reforma de la Constitución.
Frente al inmovilismo que ha existido cada vez que se ha planteado la reforma de la Carta Magna, es el momento de pasar a la acción y responder con hechos, y no con meras declaraciones de intenciones, a los retos y a los nuevos desafíos que se plantean en nuestra sociedad. En situaciones de crisis –económica y política, como la actual- es cuando es ineludible apelar al sentido de Estado para construir una realidad que amenaza con resquebrajarse pese a los imperceptibles brotes verdes.
Los ciudadanos nos emplazan a que gestionemos el presente y el futuro con valentía y responsabilidad. La misma responsabilidad que no han ejercido quienes han tenido la posibilidad de hacerlo. De hecho, tanto socialistas como populares han contribuido, con su bloqueo y su indecisión, a que la reforma que reclamamos siga siendo un imposible por su incapacidad y su torpeza para fomentar un proceso que ya es irreversible.
Nos adentramos ahora en una nueva etapa política. Una etapa de transición que, en palabras de Ortega y Gasset, requiere una actitud histórica. Es a nosotros, como representantes de la soberanía popular, a quienes nos corresponde adoptar esa "actitud histórica" con coraje para liderar una transformación que no admite más dilación.
La sociedad avanza por delante de la propia política y, pese a la evidencia y al clamor popular, los partidos que han tenido en su mano la opción de articular un cambio han optado por la salida más sencilla: una huida hacia adelante a la espera de un giro que, sin una nueva política, no será posible.
Nos exigen más transparencia, más participación en la toma de decisiones políticas, más protagonismo en la construcción de un país que, en la mayor parte de los casos, se ha ido edificando de espaldas a la propia ciudadanía y que, poco a poco, ha sufrido un deterioro de la calidad de su democracia y de sus propias instituciones. Y tenemos dos opciones: o construimos un proyecto en el que merezca la pena participar activamente o si todo sigue igual que hasta ahora, el resultado será, inevitablemente, más desafección y más distanciamiento.
Estamos viviendo una de las etapas más apasionantes de la democracia. Y debemos contribuir a que esta metamorfosis sirva para acabar, como escribe la periodista Rosa Montero, con "con el viejo mundo y ser capaces de inventar algo mejor".
El Senado tiene que ser una Cámara que represente el Estado de las Autonomías. El modelo territorial requiere una revisión urgente para encajar las demandas de Comunidades Autónomas que se sienten maltratadas por un Estado que, en estos dos últimos años y medio, ha optado por la recentralización y la paralización del diálogo entre ambas partes.
En nuestro caso, en lo que respecta a Canarias, no podemos permitir que la Constitución española obvie el estatus de Región Ultraperiférica que sí nos reconoce la Constitución europea y que nuestro Régimen Económico y Fiscal sea de obligado cumplimiento para el Gobierno de España.
Tenemos que ser valientes, dar la cara, abrir las puertas a la participación ciudadana y que el pueblo se pronuncie sobre una nueva Constitución, que sea fruto del diálogo y el consenso. Tenemos una oportunidad para que todo no siga siendo igual que hasta ahora. Y para que no siga siendo así, para que este país no se convierta en un territorio de fuego y cenizas, solo tenemos que hacer una cosa: democracia, democracia y más democracia.
Democracia para reformar la Constitución y democracia para que sean los ciudadanos los que se pronuncien en un referéndum sobre el país que quieren.
Stefan Zweig hablaba en su obra "Momentos estelares de la humanidad" de "instantes dramáticos, preñados de destino, en los que en un día, en una hora o en un minuto se concentran decisiones perdurables". El momento decisivo es ahora y las decisiones perdurables se deben consensuar y someter sin titubeos al veredicto de quienes son y serán los protagonistas del cambio: los ciudadanos.
Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria