Opinión

Cambios derivados del crecimiento

Lanzarote ya no es la pequeña islita perdida en el Atlántico que era no hace demasiados años. El auge del turismo la ha llevado a convertirse en algunos aspectos en un mastodóntico proyecto de crecimiento que no parece tener fin. ...


Lanzarote ya no es la pequeña islita perdida en el Atlántico que era no hace demasiados años. El auge del turismo la ha llevado a convertirse en algunos aspectos en un mastodóntico proyecto de crecimiento que no parece tener fin. ...

Lanzarote ya no es la pequeña islita perdida en el Atlántico que era no hace demasiados años. El auge del turismo la ha llevado a convertirse en algunos aspectos en un mastodóntico proyecto de crecimiento que no parece tener fin. Esta cuestión, el más que notable incremento poblacional, la llegada cada vez más numerosa de foráneos que vienen a cubrir alguno de los muchos puestos de trabajo que se ofertan, está directamente relacionada con el aumento de los problemas.

En muchos aspectos, sobre todo en Arrecife, la capital, la Isla no es el lugar tranquilo y apacible que era. Sin embargo, tampoco se trata de exagerar y de provocar que nuestros competidores turísticos se froten las manos exportando al mundo algo que no se ajusta a la realidad. Aquí no nos pegamos tiros por la calle los unos a los otros, pero sí tenemos muchos problemas. Que vaya por delante que esta Reserva de la Biosfera sigue siendo un destino único. Pero es bueno que de vez en cuando sepamos hacer autocrítica y analicemos nuestro presente y nuestro futuro, especialmente nuestro futuro. Y en la autocrítica tiene que estar, no podía ser de otro modo, la forma en la que se está proyectando un crecimiento que se aleja mucho de ser sostenible. El ritmo actual no lo puede soportar la Lanzarote que queremos todos o casi todos. Parece que ha llegado el momento de hacer algo.

En la pasada legislatura se habló con intensidad sobre la posibilidad de crear una ley de residencia -tema recogido en el Estatuto de Autonomía de Canarias aunque en un principio pareciera que la única persona que se había dado cuenta fuera el ex fiscal general del Estado Eligio Hernández- que de alguna forma pusiera freno al desorbitado crecimiento poblacional de un territorio fragmentado y limitado, que tiene una evidente capacidad de carga que no se puede superar. Muchos ven en esta ley de residencia una forma xenófoba de atajar el problema, los mismos que creen que el propio mercado laboral será el que regule de algún modo el problema. Otros, muchos también, ven en la medida la única solución para frenar de golpe el imparable aumento de habitantes.

Curiosamente, en la presente legislatura se ha abandonado el debate de la población, tal vez porque la clase política está más preocupada en asuntos mucho menos importantes como la reforma del sistema electoral y la fórmula de representación parlamentaria que actualmente permite el equilibrio entre islas capitalinas y no capitalinas.

Mientras, en la sociedad del Archipiélago, especialmente en las dos islas en las que el crecimiento ha sido más espectacular, Lanzarote y Fuerteventura, se va percibiendo poco a poco un incremento de la crispación provocado por el cambio de costumbres. Los coches, el ruido, las prisas y sobre todo la inseguridad ciudadana marcan la agenda continua del malestar actual.

Parece obvio, sobre todo teniendo en cuenta que no hay semanas en las que las páginas de sucesos no se llenen de todo tipo de delitos que antes no conocíamos, que se aborde la cuestión de forma serena y sensata, sin demagogia y con consenso, con contundencia.

Es el capítulo de la delincuencia el que más preocupa actualmente a los ciudadanos de Lanzarote. En este medio no nos hemos cansado de aplaudir la labor que están desarrollando los cuerpos de seguridad, especialmente la Policía Nacional, que con su comisario al frente, Raimundo Villanueva, están logrando minimizar los negativos efectos de unos índices de delincuencia que no son normales en un lugar como este. La cosa, aún siendo grave, no está descontrolada. Aunque es cierto que existe disparidad de criterios. El único criterio que tiene que prevalecer finalmente es el del bienestar de todos los que residen en esta tierra.