El ser humano, con su inteligencia, ha logrado ir desentrañando los secretos de la naturaleza para conocerla y, en lo posible, dominarla. Así ha ido descubriendo la concatenación de hechos y sabe cuándo lloverá, la enfermedad que tenemos o cómo podemos curarla. Por el mismo procedimiento ya vamos conociendo cuándo nos acercamos a las elecciones por los indicios que claramente las anuncian. Veamos algunos de ellos.
Fiebre inauguratis. Esta fiebre suele atacar a casi todos los gobernantes desde algún tiempo antes de los comicios. Consiste en concentrar en esta época todo aquello que es digno de ser inaugurado. El susodicho gobernante se provee de unas tijeras corta-cintas o aprende a descubrir lápidas y sólo la realización de tales actos puede calmarla.
Fiebre comunicativis. Esta fiebre es perenne, pero se intensifica en esta época. Es también selectiva, porque sólo suele presentarse cuando el hecho a comunicar se considera favorable. Es curioso que nunca aparezca con el fenómeno denominado transparencia. Se complementa con la anterior ya que solo se aplacan si se realizan conjuntamente. Consiste en convocar a los medios de comunicación para que den cuenta a la ciudadanía de su habilidad inaugural. Lógicamente aderezado con un discursito y las fotos y declaraciones de rigor. Como esta fiebre es muy concienzuda no puede curarse sólo con inauguraciones, cualquier excusa sirve para colarnos lo bien que lo han hecho.
Virus palmeris y malauvis. Esta fiebre es acompañada de dos virus que aparecen cuando la comunicación se hace en los medios escritos. Me refiero al virus palmeris y el virus malauvis. El primero elogia con sus comentarios la noticia y el segundo los pone a caer de un burro. No obstante, estos virus no pueden ser tenidos en cuenta porque no permiten que se les haga la prueba del ADN y, nunca se sabe si son veinte virus individuales, o es un virus, que, dejándose llevar por su frenesí, ha realizado el mismo acto veinte veces. Tampoco se puede saber si se trata del mismo virus que, debido a su doble personalidad, se transmuta vertiginosamente de Dr. Jekyll a Mr. Hyde y viceversa. Tienen la característica que son perennes y no propios de épocas determinadas.
Fiebre impuestitis. Consiste generalmente en hacer lo contrario de todo lo que se ha hecho durante la legislatura. Normalmente durante ésta era muy necesario subir impuestos, (normalmente por causas heredadas o ajenas a su voluntad), pero he aquí que cuando ya estamos cerca de Damasco, se cae del caballo y se da cuenta que ha estado completamente equivocado y que lo correcto era bajarlos. Por cierto, no suele garantizarte que si se recupera del golpe no pueda volver a las andadas.
Fiebre matusalensis. El hábil gobernante, asesorado por los estudios demoscópicos, se ha dado cuenta que el caladero más fácil de captar votos es en las personas de mayor edad. Es lógico pensarlo ya que, en su etapa educativa el régimen anterior se preocupó concienzudamente de expurgar a los malos maestros republicanos y sustituirlos por alféreces provisionales, que si bien no eran muy duchos pedagógicamente, sabían dar una educación patriotera muy puesta en cantos, levantamientos de brazos y vivas. Lógicamente no daba tiempo para enseñar a reflexionar. Por tanto en este caladero con darles un paseíto, invitarles a una comida, echar un bailecito con ellos o, a otros niveles, decirles que se la han subido las pensiones cuando su nivel adquisitivo ha bajado, es suficiente.
Fiebre festivitates. Consiste en hacer todo tipo de actos públicos gratuitos: deportivos, musicales, teatrales, gastronómicos, homenajes… Desgraciadamente no podemos atribuir a nuestros inteligentísimos políticos la patente de este invento, ya que creo que los romanos la registraron con el nombre de Panem et circenses.
Fiebre campaña electoralis. Aquí ya sabemos que la enfermedad es real, no meros indicios, y adquiere tintes preocupantes. Esta fiebre ya no solo afecta a gobernantes sino que se extiende y se inocula en la especie candidato/a. Durante dos o tres semanas todos ellos se dedican a avergonzarnos al resto de los ciudadanos, que sabemos que somos seres imperfectos (por lo menos yo), demostrándonos que ellos saben de todo, que para todo tienen respuesta, que todo lo hacen bien, que son los mejores, que no cometen errores y que son la única solución perfecta para nuestros problemas. Lógicamente nos piden que les demos nuestro voto porque nos llevarán al Edén. Tal vez, como la perfección absoluta ya no entra del todo, se atreva a reconocer haberse equivocado en alguna minucia, pero eso sí, advirtiéndote que los demás les superan con creces. Estos días no puede faltar la pegada de carteles (momento único para demostrar sus habilidades al respecto), sus fotos de personas felices, siempre sonrientes, las visitas al mercado, el beso al niño, su campechanía, o la intención de demostrarnos que ellos son como el resto de los mortales. Si hay que hacer el ridículo alguna vez, también se hace, que París bien vale una misa.
Fiebre debate televisivus. Siento decir que yo ya no llego a tanto. Soy consciente que mi tiempo es limitado, que la Parca nos visitará a todos, y procuro, en la medida de lo posible, no maltratarme a conciencia. Yo bueno, tú malo. Yo perfecto. Mi solución ser la única verdadera. Yo no decir nada concreto. Yo mentir… como que no me parece un programa muy divertido.
Propongo medalla de oro con mención especial por bondad, paciencia o masoquismo a quienes sean capaces de aguantarlo.