Opinión

"Abreut y el arte de la madera"

[Artículo publicado en la Gaceta de Canarias el 27/11/2005. Ganador del XXXVI Premio de Periodismo "Leoncio Rodríguez", fundador de "La Prensa"]

Por Juan Manuel Reverón *

Se ha hablado más del hombre que de su obra. Digamos como introducción que no presentación, por ser innecesaria, que DomingoAbreut Morales nace en Tinajo (Lanzarote) en 1920, y que ejerció como profesor en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Arrecife, labor docente que desarrolló durante 45 años hasta que se jubiló en 1986.

Domingo Abreut, artista lanzaroteño, vive con sus criaturas en el más estricto sentido de la palabra. Celoso hasta el extremo de no desprenderse de sus esculturas y tallas, su casa es estudio y lugar de exposición para las visitas más íntimas. Cuando uno se acerca al domicilio del maestro y se para ante el portalón de entrada al mismo, siente la conmoción de la sorpresa. Una airosa palmera canaria que sobresale de un fondo de piedra hace reverencia a un escudo de corona mural colocado al pie donde por todo emblema, junto al nombre de su autor, figura flotando sobre el mar oceánico la isla más oriental del Archipiélago.

Este contexto tallado en morera constituye un avance de la obra temática del escultor. La tierra y el mar se conjugan para evocar en el noble arte del trabajo en la madera, la vivencia y la paradoja humana que se esconde detrás del creador. Domingo Abreut, hombre arraigado en la tierra, ha conocido los salobres aires de la mar. Pero así como la tierra y el mar se besan de continuo sin llegar a confundirse, en su obra están ambos elementos representados, manteniendo distancias y límites que sólo se desdibujan en la memoria recreada con gran prodigalidad.

La vida en el mar, dramática y caótica, dispuesta como un calidoscopio de sensaciones y movimientos, no puede ser captada en un ideal estatismo. Quizá por esta contingencia, la escultura de Domingo Abreut puede ser calificada como un barroco marino. Los seres del océano se agrupan, se superponen saltando todo esquema y se disponen sin concierto alguno alrededor de la figura humana que hace de mitológica espaldera en los sillones o corona el conjunto de los sirenios y las ninfas marinas que portan insólitos relojes. La obra escultórica del mar ofrece este marchamo de desorden. Pero al mismo tiempo en la individualidad de los elementos que la integra existe un increíble realismo.

La filigrana que nace de las gubias de Domingo Abreut respira un aliento vital extraordinario. Los seres de las profundidades parecen sorprendidos en su medio, en su aire displicente o en la gravedad del instante más dramático de su existencia. La creatividad del artista no ha querido jugar con la imaginación, si bien la propia virtualidad fantástica llena y conforma el espacio de la madera. Es como la firma del arte.

La escultura mobiliar está representan da por un conjunto de sillones y de consolas. De traza sencilla, Bacos alegres por los efluvios del vino, expresivos dioses marinos, y atormentadas esfinges de reyezuelos de tierras calientes constituyen la definición humana de estas piezas. Los abundantes pliegues y volutas que conforman el muestrario imprimen una enorme movilidad al conjunto. Como en un abigarrado acuario, bajo el dosel de plantas y corales que cobijan recelosos pulpos, cangrejos y morenas, desfilan incesantemente las samas, los meros, las viejas y los amenazantes jaquetones... La madera deja al descubierto una sofisticada labor que se repite hasta el infinito sin que el cansancio o la impaciencia hagan mella en el propósito del artista, empeñado en la expresión más cadenciosa de la vida natural.

La otra vertiente artística de Domingo Abreut se corresponde con la visión del mundo terrestre. La escultura aquí deja paso a la talla. Se trata de escenas costumbristas de la vida rural de Lanzarote, que se reivindican con el vaciado de enormes paneles y murales. Lo más relevante de esta faceta estriba en la aproximación a la realidad. En esta perspectiva de la tierra está ausente el caos que se encuentra presente en la obra marina. La naturaleza ya tiene una forma determinada. Cada elemento está en su sitio y sólo cabe la técnica y el talento para crear belleza. Conviene decirlo, porque esta intencionalidad es lo que permite diferenciar el arte de la artesanía. No es únicamente una habilidad manual o mecánica lo que se manifiesta por las manos del artista. Las manos constituyen el vehículo o medio de expresión con el que se traducen los mandatos de la mente creadora. En este caso cada golpe, cada viruta, cada rebaje practicado en la madera va dejando al descubierto la fuente de inspiración que emana del cerebro.

Es arte, sin duda, las pequeñas instantáneas en alto relieve que representan las arenosas huertas del agro lanzaroteño, que flanqueadas por rastreras vides, o enmarcadas por altivas palmeras expresan el esfuerzo y el empecinamiento del campesino. No falta en ellas la presencia de solitarias higueras vencidas por el viento, ni los pequeños animales domésticos que se esconden a la vista entre las espinosas pencas de los tunos. El tallado está hecho en moral, respetando expresamente el color propio de esta madera. Los trajes de hombres y mujeres son los del campesino conejero, individualizados en su fisonomía y expresión, de pie oteando el viento o encorvados hacia la tierra, pesar y alegría de sus afanes. Acaso el ejemplo más acabado en que puede rastrearse el estilo personalísimo de Domingo Abreut sea el gran mural que cubre las paredes del restaurante El Pescador en Costa de Teguise.

Fuera de las realizaciones citadas, el sello de este artista se plasma en diferentes construcciones civiles y edificios religiosos. Trabajador infatigable el maestro Domingo pertenece a esos artistas románticos que no han querido vender su trabajo. Son seres especiales que ni les importa el tiempo ni el dinero que han invertido en la consecución de su obra. Atentos a su propio embeleso, se aferran a sus creaciones como si fueran parte de su cuerpo y de su alma. Será inútil tratar de comprender-los. En ninguna otra labor humana hay mayor sentido de posesión que en el arte. Quizá por esta conducta las obras artísticas han encontrado su lugar en los museos. Pero fuera de ese amparo institucional, la opción de retener las obras para solaz propio, no deja de ser un hecho sorprendente. En realidad es un exquisito privilegio que pocos artistas alcanzan.

[* Juan Manuel Reverón, es Catedrático y Dr. En Filología

Romana por la Universidad de LaLaguna]