"No sabía cómo contárselo a mi familia". Eso fue lo único en lo que Laura Betancort, de 39 años, pensó cuando le diagnosticaron cáncer de mama en agosto del año pasado. Sin embargo, ahora, cuando se conmemora el Día Mundial del Cáncer de Mama y le quedan tan sólo unos cuantos meses de tratamiento, esta mujer tiene claro que, sin el apoyo de su familia y sobre todo de su hijo Esteban, de tan sólo 8 años, no hubiera sido lo mismo pasar por este proceso tan "duro".
Laura Betancort llevaba tiempo notándose un bulto pequeño en unos de sus pechos. "Tenía un bultito, que había crecido en los dos últimos años, y me hicieron una biopsia, pero no salió nada", explica. El hecho de que los médicos no vieran nada raro y pensaran que tan sólo podría ser "un ganglio inflamado o un quiste" se unió a la "dejadez" de Laura que, estresada por el trabajo, fue retrasando la hora de volver al médico. "Me dolía mucho, pero me dijeron que el cáncer no duele, que es silencioso, así que lo fui dejando, aunque luego me dijeron que era por la membrana que se inflamaba". Así, en agosto del año pasado, cuando le diagnosticaron el cáncer de mama, el bulto era ya de "cinco centímetros".
"Yo no pensé en que tenía cáncer. Soy una persona que acepta las cosas como vienen, pero mi problema es que, en el período de un año, mis dos hermanas habían tenido un tumor, benigno pero un tumor, y lo primero que pensé fue en cómo decírselo a mis padres, a mi familia, a mi hijo", relata esta mujer, que dice que se vio "sorprendida" por cómo su hijo, de tan sólo ocho años, lo aceptó. "Entendió que su mamá estaba mala, que le iban a quitar parte de un pecho y que se iba a quedar calvita", cuenta entre lágrimas. "Y él fue el que me rapó", añade. "Me ha ayudado mucho. Ha sido mi ángel, me ha enseñado un montón y me ha dado un montón de fuerzas", asegura Laura.
A partir de ahí fue todo muy rápido. En pocos días, Laura Betancort entró en quirófano. Después, vinieron las sesiones de quimioterapia. "Me dieron ocho en total, muy fuertes, cada 21 días", asegura. Un proceso que recuerda como "horrible", aunque por el que Laura tiene claro que volvería a pasar con tal de "seguir viva" "Con las primeras sesiones se me caía el pelo, tenía náuseas, vómitos, diarreas, dolores de cabeza y el agua me sabía a metal. Con la segunda parte del tratamiento vinieron los dolores, la hinchazón, las manchas y la tendencia a salir hongos por todas partes", recuerda Laura.
Luego, llegó la radioterapia "durante dos meses". "Ahora estoy con un tratamiento más suave, en un principio hasta marzo, que también es intravenoso, pero menos agresivo. Con las anteriores quimios podía tirarme tres o cuatro horas y con esta en tres cuartos de hora estoy lista", explica esta mujer.
Sin embargo, los efectos físicos de la enfermedad no son todo. Y es que, según afirma Laura, la parte emocional también se ve afectada. "Te sientes como en una montaña rusa", afirma. "Es un altibajo constante de llanto, enfado. Eres una emoción andante", explica. "Un día hice un bizcocho a mi hijo para el colegio, se me quemó y me tiré llorando una hora", añade como ejemplo.
Un cambio de vida
Sin embargo, a pesar de lo "duro" del proceso, Laura afirma que pasar por ello también tiene su lado positivo. "Se pasa mal, no se puede engañar a nadie, pero la cara buena es que hay mucha gente que está ahí, que te ayuda, gente anónima incluso que ve que te encuentras mal o ve una calvita y te sonríe", señala.
Y, precisamente, además del apoyo de su hijo, Laura quiere agradecer a su madre la ayuda que le ha prestado. "No sé de dénde sacan la fuerza las madres. Yo no sé si tendría tanta, porque es muy duro, sufres mucho, y sólo quien lo padece puede saberlo. Yo soy madre y daría lo que fuera para que mi hijo no tenga que pasar por algo tan horrible", afirma esta mujer que, al ser madre soltera, tuvo que trasladarse a casa de sus padres, tras diagnosticarle el cáncer de mama.
Esta mujer se siente "afortunada" por poder haber contado con sus padres ya que, señala, "hay mucha gente que tiene que pasar por esto sola". Además, de esta experiencia Laura se ha llevado uno de sus mayores aprendizajes. "Aprendes a saber cuándo tienes que depender de otras personas. Yo era muy independiente y cuando te tienen que lavar y demás es muy duro, pero tienes que llenarte de humildad y dejarte ayudar. Y que conste que me costó, porque cuando eres autosuficiente es terrible". "Es un constante pedir disculpas, por algo de lo que no tienes culpa, un constante agradecer, llenarte de humildad y perdonarte a ti misma, porque a veces ni te entiendes", añade. Ahora, desde hace dos meses, Laura ha vuelto a casa. "Eso sí, mi madre me llama 20 veces al día para ver si estoy bien", dice entre risas.
A Laura le quedan todavía unos cinco meses de tratamiento pero, llena de vida, lo afronta "con positivismo" y consciente de que esta experiencia le ha "cambiado la vida" y no sólo a ella, sino a los que están alrededor. "Una amiga me dice siempre: el regalo me lo estás haciendo tú. ¿Tú sabes la experiencia que estoy viviendo? Y es así, te cambia la vida", afirma.
"Yo espero que nunca se me olviden las heridas de guerra, porque creo que la vida a veces te da estos parones y hay que escuchar a nuestro cuerpo. Antes trabajaba muchísimo y si los días hubieran tenido 28 horas, los hubiera trabajado. Los sábados y los domingos no existían y estaba sometida a mucho estrés. Más luego ser madre, ama de casa, quedar con los amigos? Imposible. Era una persona pegada a un teléfono", explica Laura, que afirma que su vida, a partir de ahora, será "sin estrés". "Al final trabajas muchísimo, porque quieres más calidad de vida y yo me estoy dando cuenta de que se puede vivir con lo justito y de no necesitamos tanto. Al final, es estar con mi hijo, con mi familia y con mis amigos lo que me hace feliz", concluye.
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